lunes, 5 de diciembre de 2011

De barreras, escalones, rampas, saltos, jaulas y pasos a nivel




De puertas...

A veces se dice que “cuando Dios te cierra una puerta, te abre una ventana”.
Quizás oigas que “se le cerraron las puertas”.
A lo mejor escuchas que “no vio la puerta que tenía abierta”.

Una puerta no es más que un límite, físico o mental, que te contiene, o que te separa de algo. Normalmente, se tiende a pensar que el hecho de que la posición de la puerta, abierta o cerrada, sea ésa se debe a factores externos.

Unos lo llaman voluntad divina.
Otros lo reconocen como suerte o destino.
Los de más acá dicen que tiene que ver con los que te rodean, que se encargan de moverlas a su antojo.
Sin embargo, los de más allá opinan que está en cada uno poder decidir cuales son las puertas que vamos a abrir, y cuáles las que cerrar.
Bravo por los de más allá, que aun siendo tres gatos, son los que tienen el futuro en sus manos.

Todo gran poder conlleva una gran responsabilidad, así que todos debemos ser muy conscientes de cuándo queremos abrir una puerta. Podemos llevarnos gratas sorpresas, y podemos encontrar peligros a los que no estábamos anteriormente expuestos.

Si dejas abiertas puertas, debes saber que pueden entrar ladrones o incluso dementores, como yo los llamo. Todos conocemos a alguno de estos seres. Ojalá pudiera compararse que te quiten el oro y las joyas con que te quiten la alegría, la sal de la vida, o lo que tengas por “alma”, si crees en ella. Vamos, tu felicidad, que sí que es una y omnipotente.

Puede darse que, justo cuando decides que vas a salir de tus murallas inexpugnables para disfrutar más de lo que hay fuera, para implicarte más que nunca, para que los demás te importen por fin de verdad, y para sentir empáticamente, te encuentres con personas a las que tus nuevos objetivos en la vida no les importen un bledo. Cosa, por otro lado, muy respetable.

Quizás soy muy joven todavía en esto de preocuparme, o no he sido nunca sensible, o aún no me hago a la idea de que las personas actúen de manera diferente a como yo lo haría, que me cuesta pensar que haya dementores dispuestos a robarme la felicidad que antes tenía completa, o dispuestos a anteponer su bienestar al del grupo completo, o dispuestos a minar los ánimos e ilusiones de los demás, o dispuestos a herirnos gratuitamente por egoísmo, por intereses, por falta de seguridad o por aburrimiento incluso.

Merece la pena tener mi puerta abierta, sí, ya sea sólo por conocer a algunas personas que me brindan mucho de ellas, de las que puedo aprender, con las que puedo compartir, que son mágicas, que me recargan la batería animándome, y que hacen que con ellas sea un gustazo emprender nuevos caminos. Aquellas con las que luego contarás las historias que viviste, ésas que comparten tus valores, las que intentan dejar de verdad el mundo un poco mejor de como se lo encontraron.

Hoy, la autolección que debo aprender es a dar cerrojazo y a alejarme, como bien decía Emilio Duró, de aquellos que hacen que el día que más cantando me levante, más triste me acueste si nada lo evita. Empecemos por ignorar a aquellos a quienes no les importas, que apenas conoces siquiera, o personas que están absortas en maquiavélicas estrategias que mi condición de mongola emocional nunca llegará a concebir. Portazo en las narices, y si viene otro a dárselo, que tengo las manos ocupadas contando las experiencias positivas que vamos a vivir sin estos verdes/grises.

La 9a sinfonía, y su cuarto movimiento, el Himno de la alegría, se forma con las mismas siete notas que el Requiem de Mozart. Tú, con lo que tienes, eres quien decide qué tocar.

Y que te duela es inevitable. Ya sufrir es opcional.




viernes, 14 de octubre de 2011

De halcones




Hoy va a ser corto. A veces no son necesarias muchas palabras - de hecho, en algunos casos, ninguna - para expresar un sentimiento que ronde por tu mente.

"Asciende con la suavidad de un deseo, y desciende a por su objetivo con la rapidez de una maldición." (Proverbio árabe en el caligrama).


miércoles, 28 de septiembre de 2011

londoners





Prioriza tus opciones y enfoca tus esfuerzos en los objetivos marcados, por orden. Coloca primero las piedras grandes, que luego tendrás sitio para los guijarros, y ya irá cabiendo la gravilla… Al revés nunca.
Ésa era una de las conclusiones a las que llegaba una dinámica que me hicieron una vez, y parece que, una década después casi, la que ahora es maestra y no pupila empieza a entenderlo o a practicarlo.
Quizás todo este torbellino que me rodea sea una de las razones por las que hace más de un mes que no escribo (que no publico, más bien).

Hace algunas semanas vi Closer, película donde las haya, que tiene como marco la ciudad de Londres.
A raíz de ello, pensé en hacer un recorrido, como hice con Kandersteg o con mi Andalucía, por la ciudad que fue mi casita temporal, y en la que disfruté tanto, tanto.
Donde llegué cual Alfredo Landa del pueblo para convertirme en una sevillondoner de bandera. Quería unir frases de nostalgia a fotos en blanco y negro sobre puentes que atraviesan el Támesis. Aunar sensaciones de paz a imágenes de parques naturales llenos de verdes abetos ingleses. Rememorar pensamientos fugaces cuando veía en un hervidero de cualquier mañana de mi vida gente de todas razas, etnias, religiones, edades, tribus urbanas... que paseaban cerca de Candem Town o parejitas que se quedaban por Little Italy. Juntar impresiones y recuerdos a imágenes con “big red buses” o frente a las Cámaras del Parlamento, que tantas veces han estado a poco de explotar si nos acordamos de cómics como “V de Vendetta” o de “Sherlock Holmes”. Sentirme un poco el ombliguito del mundo solo por estar pisando el meridiano de Greenwich. Hablar de mis experiencias y contar las historias “inglesas” que en mí dejaron tanto y que hacen que sea quien soy hoy por hoy.

Pero no tengo tiempo. O ganas. Ya veré qué digo.


miércoles, 17 de agosto de 2011

El motor secreto de nuestra sociedad de consumo

Todavía tengo el mismo flexo con el que estudiaban mis hermanos. Mi padre lo arregló como 15 millones de veces, vez arriba, vez abajo.
Mi bici, una BH verde tenía casi tantos parches como los que mi madre les cosía a mis pantalones después de que llegara de jugar, mientras que a mí me embadurnaba en mercromina.
Mi ropa venía de mi sobrina, que era más grande que yo, y pasaba a mi hermana, que era infinitamente más pequeña, pero estaba en las mismas condiciones que la recién comprada por alguien a sus hijos.
Ha habido veces en las que rezaba para que no me consiguieran arreglar la bisagra del plumier, o la cincha de la mochila, porque eran los mismos que llevaba desde el primer año de colegio y tenían demasiados muñecos… pero a mí Dios siempre me ha hecho caso omiso, y todo quedaba en perfectas condiciones para mi desgracia en aquel momento.
No sé contar las veces que me he puesto a pasarle herramientas a mi padre mientras él estaba maquinando cosas debajo del Discovery, del Ford, o del grifo…
Todavía me llega el rico olor del pisto que hacía mi madre con todas las verduras de nuestro huerto, mucho más sabrosas, grandes, sin aditivos, y sin haber sido transportadas de una ciudad o país a mi cocina.
Aun recuerdo la vez que mi patio se llenó de aceitunas de la cosecha de un amigo y nosotros mismos le hicimos la salmuera en casa…creo que no las he probado mejores, y esa es mi sensación, analizo ahora, por lo orgullosa que estaba de haberlo hecho con mis manos.
Ya hace 10 años en mi casa se optaba por comprar productos locales, antes de que los bazares chinos colonizaran el país, aunque ello supusiera un desembolso mayor para la economía familiar.
Por todo ello, he encontrado este vídeo que me han hecho llegar tan interesante. Supongo que no es mucho lo que podemos hacer para evitarlo, pero me alegra ver que, aún en las cosas más nimias, todavía podemos tener esa capacidad de decisión y desafiarlos con un destornillador en la mano.

Disfrutadlo:

http://www.youtube.com/watch?v=lToRpiaMO_U

lunes, 11 de julio de 2011

Y...




Si no es con locura, ni lo intentes.

Si es por los demás, y no por lo que sientes, renuncia.

Si no surje con adrenalina, esa misma amiga que nos hace subir montañas, dar una brazada más y enloquecer en el último segundo, no nos vale.

Si no es con endorfinas, esas otras compañeras que hacen que nos brillen los ojos, ni te molestes.

Si es por tus sueños, no pares más que para impulsarte.

Si no es con la más grande de las sonrisas, ni se te ocurra.

Si no lo recuerdas, no lo añoras, ni piensas en ello antes de dormirte, simplemente, no.

Si no es con todas tus ganas, huye. Si lo es, corre hasta que llegues.

Si no esperas un cálido abrazo de aquellos a los que quieres, intenta no morir de frío.

Si sabes cómo luchar, coge tus armas y sigue.

Si cansa, que directamente duela y se te olvide.

Si tienes tu porqué, no sólo sabrás cómo hacerlo, sino dónde y cuándo estar para verlo, qué sentirás y cuánto lo disfrutarás.

Sé capaz de ponerle ilusiones a tu vida, y vida a tus ilusiones ;)

martes, 31 de mayo de 2011

Crónicas desde la Polish Room






LIVE THE DREAM
Y por una vez llevaba razón sin darme cuenta. Sabía que no iba a ser lo de siempre. Ahora sí puedo decirlo a ciencia cierta...

Bien, hoy por hoy, tengo ganas de más, ahora que he vivido el sueño de una manera distinta.
En breve vuelvo a casa, y sé que en todas esas horas de camino y espera tendré algo más de tiempo para recomponer mis pedacitos de recuerdos de estas semanas, los pequeños flashes de momentos que vienen y van en el rincón más asombroso y restaurador que conozco del planeta. Solo intentaré, en los días que me quedan, aprovechar al máximo lo que este sitio me ofrece. Que he aprendido, está claro que sí, y mucho, cumpliendo así el primer objetivo de mi viaje…

Unas notas en un billete de tren… (Kandersteg - Brig)
Es ahora cuando vuelvo a casa con ojeras, de haber dormido poco, entre las últimas noches de fiesta, de películas con todos, de charlas en cualquier idioma de madrugada en la staff room, y de, aún con todo lo anterior a cuestas, levantarme a las 7.00h para ponerme en marcha.
La peor noche, quizás, sea la de hoy, la que más larga se hace en un aeropuerto, aún masticando todo lo que acaba de sucederme y queriendo retener en la retina cualquier fotograma de las últimas semanas…
Olvidarme no podría de esas mañanas (o lo que fuera aquello, debido al cambio de horario suizo), frente al ordenador, traduciendo “el sueño”, para que niños como los míos (y no tan niños) puedan disfrutar, como estoy haciéndolo yo, del pequeño rinconcito escondido entre las montañas alpinas, donde da igual lo que quieras, de donde vengas, lo que sepas o la lengua en la que hables: siempre hay un hueco para ti.
Quería siempre que llegaran aquellos coffee-breaks donde los pinkies me preguntaban cómo me iba el trabajo, y cómo me encontraba… y donde empapábamos todos el último cotilleo del día con té de vainilla y con nutella, los más suertudos.
Unas salidas cayeron a dessies, a mcdoris, al gemmitavern, o incluso el bar del salón principal, cantando hasta quedarnos afónicos con todo el bureau mundial, donde me encantó convertirme en la mejor embajadora llevando como bandera solo una sonrisa de oreja a oreja ante gente que llegaba de Etiopía, Honduras, Ecuador, Angola, Panamá o Rusia, entre otros países de cualquier rincón del planeta.
En mis días libres salía ilusionada a escalar o para subir una montaña, llegar a un refugio y alcanzar un pico más, de esos que vemos nada más llegar aquí.
No olvidaré todas aquellas conversaciones sobre eso que nos une a todos, el sueño de dejar el mundo un poquito mejor de cómo lo encontramos. De escultismo mundial, y de cómo son de distintas las sociedades dependiendo del país en el que hayamos nacido. Interminables eran las noches en las que debatíamos sobre el papel de la educación de nuestros niños, sobre lo moral e inmoral para unos y otros, sobre el papel de la mujer en unos y otros países. De vez en cuando, mientras hablábamos, la nieve caía. Oscurecía así, y a la siguiente tardecita nos tumbábamos al solecito calentito, metiendo los pies en el río, relajados y sin decir ni mu.
Es aquel sitio, un chalé situado a 1200m que se lleva tu respiración nada más que abres los ojos. Sorprendida y atónita me quedé cuando dormí por primera vez en la staff room con todos los demás y me llevé conmigo para siempre la panorámica más asombrosa de aquellas cumbres desde los grandes ventanales de la casita de madera que dan al cielo.


Ahora el segundo billete… (Brig - Domodossola)
Que me desearan las buenas noches en mi idioma, con acentos extraños, y alguno que otro gritando “buenas noches, chica bonita”, me encantaba. Unos recuerdos de mis otras visitas me venían a la mente, cuando contaba con un besito antes de dormir de mis amigos y un “ Ey, see you tomorrow my princess Rocío” en un inglés castellano-leonés de lo más divertido.
Eché de menos también aquel “y perderme siempre entre mis ganas… y ahogarme en su instinto felino” con el que mi compi de cama, de sonrisas y de abrazos más que necesitados nos deleitaba a todos en el upperhut.
Romperé mi escrito quedándome con eso, porque ya llego a la siguiente etapa de mi camino, y debo dejarlo todo preparadito.

¿Todavía me quedan más trenes?... (Domodossola – Milano, stazione centrale)
El cambio de las verdes praderas y las casitas de madera suizas a los edificios grises del norte de Italia se me hace raro. Como también he notado el cambio de estar acostumbrada a hablar en inglés y ahora soltar un “scusi, quando parte il prossimo treno per la stazione centrale?” y un “ah, bene, grazie mille”, tras lo cual he salido corriendo porque por poco perdía el último tren del día y, por consiguiente, el vuelo de vuelta a casa. ¡Oh,oh… rubia, que te quedas aquí!

Nos volvemos al sueño, donde todos los días me despertaba enérgicamente muy temprano porque tenía ganas de ver qué vídeo especial tenía alguno de los pinkies para los demás, y ver tanto rosa junto y sonriente.
Me gustaban mis llaves que todo lo abrían, los “oh… fuck off”, y que me buscaran aceite de oliva porque les señalaba el de girasol gritando “unhealthy, unhealthy” o que fueran a traerme ricas “plums”, y que no me dejaran dormir sola porque decía que me daba miedo el fantasma del viejo chalé (cuando, en realidad, el que me conoce sabe que es la oscuridad y nada más que la oscuridad). Imagino que es para sentirse especial cuando ya tenían todo preparado para ver cierta película y… Graciosa yo, llegaba diciendo que la tenía apalabrada en casa, y por verme poner caritas, la cambiaron entre sonrisas.

Otro billete… Ahora de autobús (Milano – Aeroporto di Bergamo)

Es cierto que no solo el entorno privilegiado del que disponía lo hacía todo mágico, sino esa sensación de campamento, de amistad y de unión a unas personas que hicieron todo lo posible por hacerme sentir dentro de un hogar. Cada noche que pase como ésta hace que me dé cuenta de cuánto echaré de menos a aquellas personitas rosas…
Hoy será mi primera noche sola en mucho tiempo, en un frío aeropuerto donde tengo que estar pendiente de mi mochila, y donde hacen lo imposible para que no estemos cómodos. Aquí nos levantan a gritos diciendo que no nos estiremos, que las puertas de embarque están abiertas a las 3:00h, nos dejan el aire acondicionado para que pasemos frío, pasan las máquinas limpiando y emiten unos pitidos ensordecedores.
Recuerdo mucho la diferencia entre lo que vivía allí, y lo que me hacen soportar aquí. Todo será que el destino no quiere que me olvide fácilmente de aquel lugar.

Es que no sé qué me ocurre, que aunque tuviera que desesperarme en otra noche como esta, tengo claro que necesito volver…
De todas formas, he aprendido que necesito más... Es verdad que, como dice el anuncio de cierta cerveza…
Me es necesario el sur para tener claro el norte, y lo que quiero ahora es ese calor... Es el agua, la sal, la playa, y mi limonerito. NO tener que pensar en varios idiomas a la vez por unos días, Sol y a los míos…



viernes, 13 de mayo de 2011

Crónicas desde la Irish Room




Dentro de mí ya sabía que sería muy distinto esta vez. No podría decir a día de hoy, y probablemente cuando vuelva tampoco, si mejor o no.

Lo que estaba claro es que esta vez iba a ser especial, aunque no contara con un pequeño ejército español que me sacara sonrisas desde que abriera los ojos hasta que los cerrara.
Quizá lo más raro esté siendo que las luces del Old Chalet se vayan encendiendo por los pasillos solo porque paso yo, y no porque alguien haya pasado justo antes, o que no tenga a nadie acurrucadito al lado a la hora de dormir, o que las Guest Kitchens no suenen a guitarra y a casa.

Algo me decía que me iba a parar mucho más a disfrutar de las pequeñas cosas de este sitio, ya que la magia que te desborda nada más llegar ya la conocía. Ahora saboreo cada detalle al máximo.
Hice el camino entre aviones, autobuses y trenes casi automáticamente, sabiendo en qué andén o en qué dársena estaba la etapa siguiente, y aun así tardé casi medio día en llegar, con mucha suerte.
Desde que llegué a la estación de tren y me recogieron hasta ahora, he sentido un cariño muy especial, y he podido ser testigo de cómo son en realidad las cosas con esas poquitas personas de color rosa.
Es como una familia de muchas nacionalidades, cada uno de su padre y madre, y te dan la bienvenida como a uno más. Ya no sólo en los pequeños detalles como los cartelitos de “Special food for Ro :)” o la camiseta verde de "Helper at KISC" dobladita encima de la mesa, o el juego de llaves del reino que me hicieron llegar, sino en todo... Me proponen planes para hacer de todo, me preguntan si me apetece esto o lo otro siempre, me ofrecen su ayuda sin pedirla siquiera, me tratan como si llevara aquí desde hace mucho más que solo estos 3 días.
Siempre llega alguien a preguntarte cómo va tu trabajo, si te gusta, si ha sido duro, si estás acostumbrada a hacer esas cosas, si te gusta esto, si te encuentras bien.
Pues en pocos sitios me encuentro tan bien como aquí. Esta casita de madera en medio de los Alpes rebosa una armonía y una paz inimaginables.
Me encanta que todo el mundo siempre tenga una sonrisa en la cara, que sean tan abiertos con personas tan distintas a ellos mismos, que haya música por todos sitios. Adoro levantarme y que lo primero que mis ojos vean sean esas majestuosas montañas que me rodean, las cascadas que caen fuerte, la bruma de por la mañana, el sol de media tarde que no quema, la brisa que corre entre los abetos, el río Kander que, cristalino, pasa por nuestra puerta, y cualquier pinkie en bicicleta que te sonríe o te guiña un ojo.
Aun es pronto para saber cómo va a ir todo, pero tengo muchas ganas de las aventuras que sé que están por venir, y recibiré de buena gana todas las sorpresas que este sitio me depare, porque estoy convencida de que aquí voy a aprender y voy a disfrutar. Al menos no estoy dispuesta a desaprovechar esta oportunidad que se me brinda en un entorno inmejorable, sino a sacarle el máximo partido.
Lo único malo es que creo que la experiencia de estas semanas me va a dejar la miel en los labios, y que no voy a poder saciarme en bastante tiempo. Si ya las Spanish Work Parties crean adicción a Kandersteg y todo lo que significa, no quiero pensar en qué asociación para la ayuda contra la drogadicción tendré que ingresar en dos semanas.


miércoles, 13 de abril de 2011

Tú, tú y tú




Hubo una vez un lugar del planeta al que el geógrafo, historiador, diplomático y escritor estadounidense del siglo XVIII Washington Irving llamó la Tierra del Embrujo.

Contaba que tanto sus abruptos acantilados, como sus playas de arena fina y blanca lo enamoraron perdidamente, y así lo hicieron sus estrellas, sus cálidas noches de verano (e incluso, comprobamos, noches de primavera), sus níveas cumbres, y sus fértiles vegas de ríos que comenzaban en hilos de agua y que acababan en marismas de las que bebían criaturas preciosas.

Verdaderamente lo embrujaron mujeres de ojos verde claro y pelo azabache, de voluptuosas curvas, y de labios carmesí. Describía cómo le sorprendió sin igual la fuerza con la que trabajaban aquí los hombres, de sol a sol, y la calidez humana con la que lo trataron todos desde el principio.

Montó los singulares ejemplares de equinos, probó sus dulces vinos, las variedades de su pan, los animales que aquí criaban, y la gran variedad de verdura y fruta que el legado árabe y su sistema de regadío les enseñaron a cultivar desde los tiempos de al-Andalus.

Recorrió las rutas que lo llevaron a través de ciudades que eran ya por aquel entonces, y aun hoy, de incalculable valor cultural e intelectual, fruto de los antiguos pueblos que aquí habitaron.

La magia del clima, el paisaje, y el espíritu de sus gentes hacían posible lo que en el resto del mundo era impensable: musulmanes, cristianos y judíos compartiendo una ciudad, casa, familia, y mesa. Unió Sevilla hablando de las relaciones hispanoarábigas con Granada, donde escribió los Cuentos de la Alhambra. Fue de Málaga La Bella a Cádiz, y vislumbró África.

No dudó en ningún momento de por qué razones esta fue, desde tiempos de los fenicios, la tierra que se disputaban las grandes civilizaciones del Mediterráneo.
Y no sólo él.

Ya el cordobés Séneca dijo que “Estar en ocio prolongado no es reposo, sino pereza”, pero incontables son las veces que he oído los tópicos sobre andaluces: holgazanes, vividores y analfabetos. Me faltan manos y multiplicaciones para contar “gandules” jornaleros que trabajan a 40ºC en verano en Andalucía, nada dignos de ser caricaturizados, e incluso ridiculizados y tachados de ignorantes, en medios centralistas con acentos ficticios, nada documentados y forzados.
Si subo de Despeñaperros observo una pequeña sonrisa en la comisura de cualquiera al escucharme, esbozando un “qué mal habláis”. Seguido de loísmos, laísmos y otras mil formas de torpedear nuestra gramática.
Con toda la acritud del mundo, así revienten que no parpadearé, españolitos medios pseudoilustrados. Dos de los siete Premios Nobel de Literatura españoles hablaban "tan mal" como lo podría hacer yo.
Discúlpenme, quizá no me ha quedado claro el concepto de “analfabeto” con iletrados (entiendo andaluces) tales como Vicente Aleixandre, Juan Ramón Jiménez, María Zambrano, Luis de Góngora, Rafael Alberti, Gustavo Adolfo Bécquer, Federico García Lorca o los hermanos Machado.

Sin pecar de chauvinista, y aun a riesgo de parecer mentirosa a aquellos que me ven más en avión que en coche… llega a costarme salir durante mucho tiempo, como a muchos otros viajeros, y estar sin mi dosis continua de alegría, sol, sal, azahar, arena, arte y sonrisas, sin mi poquito de Sur.

Puedo tener peniques y libras, francos suizos, dólares, pesos mexicanos… de recuerdo en la cartera, fotos en Maravillas del mundo al otro lado del Atlántico, recuerdos de nadar en barreras de arrecife, tickets de metro hasta mi casa en Londres, deseos infinitos de ir a otros continentes, la mochila rauda debajo de la cama, o el pasaporte siempre presto encima del escritorio, pero por mucho que mis alas batan, sé que tarde o temprano las raíces llaman.

Esto quizás solo viene a que quizá ya es primavera en el paraíso y mi sangre alterada queda, o a que en breve tengo que volver a salir de aquí…

lunes, 11 de abril de 2011

Anda




(O cebreiro, Galicia, 1998)

Solo visualiza la pancarta que a lo lejos reza “META”.
Arrasa, sin darse cuenta, a quien sea porque quiere conseguir lo que se ha propuesto.
No atiende a razones, no escucha lo fuerte de sus pisadas, no le importan las piedras del sendero que ha tomado.

A veces ve que viaja sola, o no sabe si alguien ocupa el asiento más próximo.
Llegar solo significa emprender otros caminos en los que su obsesión por volver a tocar la pared le hacen daño. No sabe diferenciar si se ha topado con Caperucita, o con el lobo.

“Si quieres ir rápido, ve solo. Si quieres ir lejos, ve acompañado”, pero ella llevaba tanto tiempo sin depender de lo que nadie quisiera o pensase, que le costaba aunar su paso al de una manada.

Todo el mundo le dice que no se pierda, pero a ella le resulta divertido hacerlo entre sus sueños, entre sus ganas, en los recovecos de su cabecita, en un fuerte abrazo, en una traducción imposible, en un guiño acompañado de sonrisas, en problemas a los que dar solución, bailando y cantando, o nadando en aguas profunfas sin tocar el fondo…

Intentó caminar de verdad. Saludaba diciendo “buen camino” a quien se encontraba, se obligaba a respirar fuerte para no desbocarse cuando veía a lo lejos un nuevo hito, y se paraba a sentir la brisa en la cara, se deleitaba con el paisaje que dejaba atrás, casi olvidándose de que lo que la esperaba era la cima. Prestó atención también, como antes no hacía, a la existencia de sus compañeros de viaje. Y disfrutó como nunca.

Todavía tiene mucho que aprender, tropezará cientos de veces más, tomará los caminos que menos le convengan, correrá por ellos, se llevará algún bocado más del lobo, y seguirá llenando su cuerpo de cicatrices y cardenales. Pero cuando llegue a su meta, habrá saboreado bien los momentos dulces, y se habrá curtido con los amargos.

Cuando viajes en pos de un objetivo, presta atención al Camino. El Camino es el que nos enseña la mejor forma de llegar y nos enriquece mientras lo estamos cruzando. Diario de un mago (El peregrino de Compostela).

lunes, 28 de marzo de 2011

Blindness...



(Oeschinensee, Suiza. 2010)

Existen algunos tipos de ceguera de los que la ONCE no tiene ni idea. En el peor de ellos, el paciente no ve, simplemente, porque no quiere…

Verdad había corrido aquella mañana hasta el lago de Valle Azul para darse un baño. El agua fría le dejaba la piel sedosa y limpia, el prado verde le daba una fragancia especial, y el aire puro le llenaba los pulmones, enormes en relación a su cuerpo, con los que llevaba a cabo su labor diaria: gritar y gritar y gritar.

Entre zambullidas, chapoteos, volteretas y algunos largos discurrió aquel baño. Solo subía a la superficie para respirar, porque se sentía tan en paz como nunca estuvo dentro del líquido cristalino. Se miraba los pequeños pies, las manos claras, las largas piernas y el pelo, que ondeaba lentamente y sin pausa en el lago.

Había alrededor altos juncos y una espesa bruma que no dejaba ver bien desde fuera, lo que agradaba mucho a Verdad, tan tímida como inocente. Estaba tan absorta en sí misma y tan en calma que habría sido un crimen molestarla.

No obstante, de repente, por una parte de la orilla empezó a escucharse el crepitar de ramas y juncos. Eso le fue suficiente a la pudorosa Verdad asustada, que enmudeció, salió rápidamente del agua y se hizo con todo lo que encontró, lo que otros antes se habían dejado allí olvidado. Quizá nunca hubo nadie tras la espesura, pero a ella poco le importó.

Tropezándose casi, se puso el vestido rojo de Pasión y, pareciéndole corto, se plantó la camiseta con lentejuelas de Interés Propio. Se recogió el pelo con dos lazos, a cuenta de Capricho y Antojo. Las duras botas de Compasión le hicieron rozaduras en los pies, porque las medias negras de Daño se le hicieron jirones dentro. Las pulseras que taparon sus finas muñecas fueron de Hastío y los collares que apretaban y la asfixiaban no pudieron ser más que de Seguridad. En el maquillaje brillante que le transformó su dulce cara en un semblante opaco rezaba la pegatina “Propiedad de Éxito”.

Por último, y para terminar el disfraz de Verdad, solo quedó la capa amarilla y verde de Mentira. No se vio nunca esperpento similar recorrer las calles del pueblo, pero en Valle Azul, si no eran ciegos antes, se cegaron tras los destellos de las coberturas grotescas que se puso aquella frágil niña, esa que no quería que quien no lo mereciera disfrutara de ella.

Nadie pudo contemplar aquellos ojos que se hicieron para mirar de frente y sondear con rabia, ni aquellos brazos hechos para abrazar con firmeza, ni aquella barbilla que en alto se quedaba justo debajo de unos jugosos labios que se hicieron solo para gritar su nombre a quien quisiera escucharla.

Pobrecita, Verdad, pocos fueron los que te pudieron tener desnuda, y menos aún fueron los que te supieron admirar.


lunes, 14 de febrero de 2011

Feliz cumpleaños

(12.02.1989)

Llevo mucho pensando en escribirte y, hace dos días que quise decirte felicidades, como siempre.
Hace cosa de un mes me preguntaban si no sentía envidia, o si no tenía el empeño de competir con los demás porque deseara algo que pudieran tener, y no, la verdad es que nunca he visto algo que no tuviera y deseara. Todo porque tú siempre me enseñaste a valorar lo que tenía, y a no desear lo que no merezco por mí misma; sino a ponerle el alma a lo que quiero y a no parar hasta conseguirlo.

Gracias a ti y aquel muro que me aconsejaste que construyera a mi alrededor (ése alto, infranqueable y siempre custodiado), me he librado todos estos años del daño que los demás pudieran infligirme, sin siquiera notar las guerras que se libraban fuera.
Aun así, mi muro tiene una pequeña grieta, ya que va pasando el tiempo, y todo se desgasta, pero poco puedes hacer, porque la abriste tú al salir, sin querer.
Duele cuando mis amigos me cuentan que se pelean con sus padres porque no entienden lo que les sucede. Escuece cuando me quedo sola en casa si las demás se van, y no tengo oportunidad ya de hacer el cafre contigo. Fastidia cuando no puedo preguntarte qué camino escoger. Quema cuando ya a veces mi mente no es capaz de ponerte cara, como autodefensa, y hace años que alcanzo solo a ver esos ojos azules, porque son también los míos. Y, sobre todo, mata cuando me sacrifico para conseguir mis metas y tú no estás para verme…

Te hablé de mi intención de salir con mis primeros intercambios, pero no llegaste a despedirme en aquel avión, ni en tantos que luego vinieron. Nunca supiste que dejé de nadar por estudiar para conseguir la nota de corte de la carrera de la que una vez me hablaste. No estabas cuando empecé a ser scouter como José y Juan. Jamás sondeaste con esa mirada a chicos que traje a casa. No compartiste conmigo cómo sonreía pletórica en mi graduación. No sabes cuántos países he conocido, y no sales en ninguna de mis fotos. Ya no hablas con tus amigos de lo orgulloso que estabas de mí, mientras que no me lo demostrabas para que nunca me confiara ni me diera por satisfecha. No me oías tocando la guitarra que me regalaste. No viste mis 15, mis 18, o mis 20. No me esperabas en casa cuando llegué de trabajar mi primer día. No te tuve al lado cada vez que me han asaltado las dudas y los temores. Y seguirás sin estar en todos los momentos decisivos de mi vida…

Lo único que querías para mí era que intentara ser la mejor en aquello que me gustara, y curiosa con lo demás que me rodea, además de fuerte, perseverante e independiente, pero la verdad es que nunca verás en qué mujer puedo llegar a convertirme. No me verás salir de casa definitivamente y ocuparme de mí misma. No te impacientarás cuando haga algún viaje largo. No me alentarás cuando empiece con las oposiciones, ni cenarás conmigo para que te cuente cómo ha ido la profesión de mis sueños. Seguirás sin responderme cada vez que te pregunte “¿tú qué harías?”.

Sin embargo, en poco tiempo, aprendí todo lo que pude de ti.

Aprendí que la vida son dos días, y que hay que vivirlos con esa garra, levantándonos cantando.
Aprendí a odiar la hipocresía, a ser una bruta que no entiende de diplomacia ni maneras, y a ser implacable cuando alguien es embustero, tiene inquina, y no soluciona sus problemas a la cara.
Aprendí que primero es el negocio y luego el ocio, pero que ambas me deben hacer feliz como para seguir con la otra.
Lo único que intentaste enseñarme y no pudiste fue la fe en tu dios y su paraíso. Ojalá lo pudiera creer, solo para así reconfortarme pensando que aun me ves y te sientes orgulloso de mí, pero fui tu mejor alumna en cuanto a tener objetividad y ser consecuente con lo que pienso, en vez de sobornable o egoísta.
Aprendí a ser positiva, a ver el lado de bueno de todo, a descubrir algo especial en cada persona, y a saber que hay que luchar, como tú hiciste, por los que más indefensos están.

Por todo ello, solo quería decirte "gracias". Gracias, por haber cuidado tanto tu cuerpo mientras yo era pequeña, solo para que llegara a recordarte hoy. Feliz cumpleaños.

jueves, 27 de enero de 2011

La tierra de las papas...



Todavía me acuerdo de un libro que llegó a mis manos cuando tenía como unos 8 años. No recuerdo quién me lo regaló en el día de mi cumpleaños, pero no fue uno que yo pidiera, y si hubiera sabido todo lo que iba a desencadenar… lo pido incluso antes.

Tengo la suerte de que me hayan enseñado el placer de leer y a ser tan curiosa por lo que me rodea desde bien pequeña, y no puedo dejar de agradecer a mis padres y a mis hermanos mayores que me convirtieran en aquel entonces en la monstruita devora-historias que aun sigo siendo.

La tierra de las papas, uno de los ejemplares de la serie roja de El Barco de Vapor, fue mi primer encuentro con las diferencias sociales y la injusticia, con el cambio cultural entre países muy dispares, y unos 15 años después no se me borra el recuerdo, la sensación, y ese primer sentimiento profundo de impotencia y rabia por una situación así.

María, la protagonista de la historia tenía pocos años más que yo, y me sentía muy identificada. Tenía aquí en España todo lo que podía desear: una habitación bonita, los amigos de su colegio, su videoconsola, su ropa a la última moda, a su familia... Ella solo describía eso porque comer, tener derecho a estudiar, el cariño de una familia, estar sana, y jugar son cosas que piensa que todos los niños del mundo deben tener.

Cual fue su sorpresa cuando a su padre lo destinaron a Bolivia y se dio de bruces con la cruda realidad de otros niños. Yo aun no entendía bien palabras como hipocresía o doble moral, pero aun me imagino los barrios para los turistas, y los de los nativos. Nunca se dijo en el libro nada de un muro, pero lo pude ver muy claramente.

El personaje clave fue Casilda, la criada que allí buscaron. Era una niña de la misma edad que María, tan distinta de la chica que se convierte en su amiga, simplemente por haber nacido donde nació. La visualicé mucho más mayor, tenía que hacerse cargo de sus hermanos pequeños porque sus padres murieron, no sabía coger un lápiz ni leer, siempre estaba triste o seria, sus manos estaban ajadas como las de una abuela, y en su cara no estaban ya las facciones de cualquier niña.

El capítulo que más retuve, tan pequeñita, fue el del mapa. María le enseñaba dónde estaba el lago Titicaca, y la distancia a la que estaban de él. Casilda salió despavorida gritando y haciendo aspavientos, maldiciendo, porque pensaba que era un demonio que la estaba intentando engañar. Le juraba que ella estuvo una vez allí con su familia un domingo, que el viaje duró medio día, y que no podía ver el final del lago, mientras en su estúpido papel parecía solo una gotita de agua azul.

Fue ahí donde caí en que algo raro pasaba, y que lo que sea muy normal para nosotros puede resultar demoníaco para otros, simplemente porque ellos no han tenido las mismas oportunidades, como la educación, de las que los hijos de los países desarrollados disfrutamos y ni nos cuestionamos.

Hoy, en un día en el que no paro de repasar conceptos sobre derechos humanos y los Objetivos de Desarrollo del Milenio para la erradicación de la pobreza, mi mente me ha llevado sin querer a aquella época en la que aun era proyecto de personita, y me he alegrado mucho por ver cómo han ido evolucionando las cosas.

A veces me pregunto si quien me regaló aquel libro sabría que hoy por hoy esa historia de Casilda con María y tantas otras parecidas, sobre un bagaje cultural distinto y la necesidad de entendernos unos con otros, serían lo que motiva mi futuro profesional, lo que han hecho que estudie lo que he elegido, y lo que consigue que todo el mundo me pregunte por qué no paro de viajar y conocer sitios nuevos, con costumbres tan distintas a las mías.

Mi madre siempre me decía que “tener claro el camino es un lujo que debemos saber permitirnos”, y que “lo único que vale es luchar por aquello que queremos”. Pues creo entonces que soy rica desde hace mucho, y más de lo que me podía imaginar.

jueves, 6 de enero de 2011

Parchís


El otro día, una amiga, una hermana de tantos jaleos nocturnos con rimmel, y de otras tantas reflexiones matutinas con legañas, publicaba que “el que se enamora, pierde”.
¿Alguien podría explicarme por qué solo me pululan durante días las ideas más nimias, y por qué me hacen replantearme mi estrategia de vida constantemente?
De manera fugaz, sobre mi cabeza sobrevoló el pensamiento de que las piedras aguantan durante milenios por eso mismo, por su idiosincrasia. Le contesté que duran eso porque son piedras frías, que ni sienten ni padecen, que ni se sulfuran, ni se entristecen, ni se infartan, pasen los años que pasen.
Nosotros, en cambio, podemos dedicar, fácilmente y como mínimo, un tercio de nuestra vida de un siglo máximo pensando en todo aquello relacionado con la patata esa que da botes rápidos, con las mariposas esas que vuelan y no salen de la barriga, con los instintos que nos llevan desde a formar una tonta mueca con la boca en forma de sonrisa de pánfilos hasta a hacer locuras y a alejarnos o acercarnos, indistintamente, de nuestro bienestar lógico.
Todos pasamos nuestro tiempo esperando embelesados con la idea de que X nos mire, nos sonría, y nos pregunte qué tal el día, que se deje llevar por sus sentidos y se olvide de lo demás, respire rápido y entrecortado, y que los ojos le brillen de más cuando aparezcamos.
Pero, cuando por fin llega, si lo hace, piensas que merece la pena no haber sido piedra, y deseas someter a tu cuerpo y a tu mente a todo aquello que van a experimentar.
Ahí es cuando todos sopesamos si merece la pena vivir una vida duradera, tranquila pero vacía de esas sensaciones, de esa adrenalina, de esas endorfinas, del riesgo, las ganas y el entusiasmo, aunque esto suponga un estrés añadido y un recorte en el juego de vivir.
Imagina un injusto parchís donde juegan cinco, en un tablero de cuatro, donde alguien sobra y no tiene casa, donde ninguno de los que está presente sabe las reglas porque, en realidad, en este juego no las hay, y nadie sabe a ciencia cierta qué está bien y qué está mal, donde todo depende de con quien se juegue en ese momento, y nada de lo que tenemos preestablecido vale, donde unos no consiguen salir hasta bien empezada la partida, y otros lo hacen una y otra, y otra vez después de perder una vida por un compi de juegos que te lleve de nuevo a casa.
Querida amiga, lo he pensado, no sé si mejor, pero más al menos, y...
En este parchís, unos ganan, otros pierden… pero todos juegan, y eso es lo que importa. Al final de tu partida da igual el tiempo que hayas durado, o si has metido todas las fichas en el hueco, sino que ganará quien haya disfrutado, quien haya aprendido de sus compañeros, y quien le haya sacado todo el jugo a este juego tan real que estás sintiendo.