viernes, 13 de mayo de 2011

Crónicas desde la Irish Room




Dentro de mí ya sabía que sería muy distinto esta vez. No podría decir a día de hoy, y probablemente cuando vuelva tampoco, si mejor o no.

Lo que estaba claro es que esta vez iba a ser especial, aunque no contara con un pequeño ejército español que me sacara sonrisas desde que abriera los ojos hasta que los cerrara.
Quizá lo más raro esté siendo que las luces del Old Chalet se vayan encendiendo por los pasillos solo porque paso yo, y no porque alguien haya pasado justo antes, o que no tenga a nadie acurrucadito al lado a la hora de dormir, o que las Guest Kitchens no suenen a guitarra y a casa.

Algo me decía que me iba a parar mucho más a disfrutar de las pequeñas cosas de este sitio, ya que la magia que te desborda nada más llegar ya la conocía. Ahora saboreo cada detalle al máximo.
Hice el camino entre aviones, autobuses y trenes casi automáticamente, sabiendo en qué andén o en qué dársena estaba la etapa siguiente, y aun así tardé casi medio día en llegar, con mucha suerte.
Desde que llegué a la estación de tren y me recogieron hasta ahora, he sentido un cariño muy especial, y he podido ser testigo de cómo son en realidad las cosas con esas poquitas personas de color rosa.
Es como una familia de muchas nacionalidades, cada uno de su padre y madre, y te dan la bienvenida como a uno más. Ya no sólo en los pequeños detalles como los cartelitos de “Special food for Ro :)” o la camiseta verde de "Helper at KISC" dobladita encima de la mesa, o el juego de llaves del reino que me hicieron llegar, sino en todo... Me proponen planes para hacer de todo, me preguntan si me apetece esto o lo otro siempre, me ofrecen su ayuda sin pedirla siquiera, me tratan como si llevara aquí desde hace mucho más que solo estos 3 días.
Siempre llega alguien a preguntarte cómo va tu trabajo, si te gusta, si ha sido duro, si estás acostumbrada a hacer esas cosas, si te gusta esto, si te encuentras bien.
Pues en pocos sitios me encuentro tan bien como aquí. Esta casita de madera en medio de los Alpes rebosa una armonía y una paz inimaginables.
Me encanta que todo el mundo siempre tenga una sonrisa en la cara, que sean tan abiertos con personas tan distintas a ellos mismos, que haya música por todos sitios. Adoro levantarme y que lo primero que mis ojos vean sean esas majestuosas montañas que me rodean, las cascadas que caen fuerte, la bruma de por la mañana, el sol de media tarde que no quema, la brisa que corre entre los abetos, el río Kander que, cristalino, pasa por nuestra puerta, y cualquier pinkie en bicicleta que te sonríe o te guiña un ojo.
Aun es pronto para saber cómo va a ir todo, pero tengo muchas ganas de las aventuras que sé que están por venir, y recibiré de buena gana todas las sorpresas que este sitio me depare, porque estoy convencida de que aquí voy a aprender y voy a disfrutar. Al menos no estoy dispuesta a desaprovechar esta oportunidad que se me brinda en un entorno inmejorable, sino a sacarle el máximo partido.
Lo único malo es que creo que la experiencia de estas semanas me va a dejar la miel en los labios, y que no voy a poder saciarme en bastante tiempo. Si ya las Spanish Work Parties crean adicción a Kandersteg y todo lo que significa, no quiero pensar en qué asociación para la ayuda contra la drogadicción tendré que ingresar en dos semanas.


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