jueves, 6 de enero de 2011

Parchís


El otro día, una amiga, una hermana de tantos jaleos nocturnos con rimmel, y de otras tantas reflexiones matutinas con legañas, publicaba que “el que se enamora, pierde”.
¿Alguien podría explicarme por qué solo me pululan durante días las ideas más nimias, y por qué me hacen replantearme mi estrategia de vida constantemente?
De manera fugaz, sobre mi cabeza sobrevoló el pensamiento de que las piedras aguantan durante milenios por eso mismo, por su idiosincrasia. Le contesté que duran eso porque son piedras frías, que ni sienten ni padecen, que ni se sulfuran, ni se entristecen, ni se infartan, pasen los años que pasen.
Nosotros, en cambio, podemos dedicar, fácilmente y como mínimo, un tercio de nuestra vida de un siglo máximo pensando en todo aquello relacionado con la patata esa que da botes rápidos, con las mariposas esas que vuelan y no salen de la barriga, con los instintos que nos llevan desde a formar una tonta mueca con la boca en forma de sonrisa de pánfilos hasta a hacer locuras y a alejarnos o acercarnos, indistintamente, de nuestro bienestar lógico.
Todos pasamos nuestro tiempo esperando embelesados con la idea de que X nos mire, nos sonría, y nos pregunte qué tal el día, que se deje llevar por sus sentidos y se olvide de lo demás, respire rápido y entrecortado, y que los ojos le brillen de más cuando aparezcamos.
Pero, cuando por fin llega, si lo hace, piensas que merece la pena no haber sido piedra, y deseas someter a tu cuerpo y a tu mente a todo aquello que van a experimentar.
Ahí es cuando todos sopesamos si merece la pena vivir una vida duradera, tranquila pero vacía de esas sensaciones, de esa adrenalina, de esas endorfinas, del riesgo, las ganas y el entusiasmo, aunque esto suponga un estrés añadido y un recorte en el juego de vivir.
Imagina un injusto parchís donde juegan cinco, en un tablero de cuatro, donde alguien sobra y no tiene casa, donde ninguno de los que está presente sabe las reglas porque, en realidad, en este juego no las hay, y nadie sabe a ciencia cierta qué está bien y qué está mal, donde todo depende de con quien se juegue en ese momento, y nada de lo que tenemos preestablecido vale, donde unos no consiguen salir hasta bien empezada la partida, y otros lo hacen una y otra, y otra vez después de perder una vida por un compi de juegos que te lleve de nuevo a casa.
Querida amiga, lo he pensado, no sé si mejor, pero más al menos, y...
En este parchís, unos ganan, otros pierden… pero todos juegan, y eso es lo que importa. Al final de tu partida da igual el tiempo que hayas durado, o si has metido todas las fichas en el hueco, sino que ganará quien haya disfrutado, quien haya aprendido de sus compañeros, y quien le haya sacado todo el jugo a este juego tan real que estás sintiendo.

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