lunes, 13 de agosto de 2012

A ti, ladrón






A ti, cochina rata embustera. A ti, parásito de la sociedad y de tu entorno. A ti, camorrista cobarde achantado a victimista cuando siente la presión policial. A ti, aprovechado de la situación y aventajado de una justicia que creerá que eres inocente hasta que yo tenga que demostrar que me has jodido. A ti, bestia floja que no dobla el lomo, enmascarado y mecido por una crisis actual. A ti, joven conformista que vive en la inmundicia a falta de una motivación mejor que hacer el cafre con los colegas y emplear el tiempo en el salón de su casa con el triplete play-porros-birra. 

A ti, ser que no ve en sus semejantes nada más que un objetivo para sacar tajada. A ti, sanguijuela a la que nunca enseñaron la empatía con uno de los suyos. A ti, mequetrefe de medio pelo que nunca conoció el valor de la confianza, el respeto por la palabra de alguien, o el vínculo inmortal de un choque de manos. A ti, que confundiste la honradez, el sacrificio y la austeridad de alguien con una riqueza que juzgaste superflua. A ti, que te creíste Robin Hood y decidiste que eras el pobre que más merecía. 

A ti, que nunca dormirás seguro porque siempre habrá alguien a quien engañaste señalándote con el dedo, ¡y apuntando en la dirección correcta! A ti, que te jactas de no haber tenido cojones ni para acabarte un libro nunca. A ti, negado de la vida que no conocerá la plenitud y la recompensa por el trabajo bien hecho. A ti, que jamás sabrás qué es sentirse satisfecho por vivir de acuerdo con los valores que tú mismo elijas, y con las metas que sólo tú te marques. A ti, que le diste más importancia a lo material que a tu conciencia.

A ti, ratero, que lo único para lo que me has servido es como llamada de atención para identificar a la gente de tu calaña que se cruce nuevamente en mi vida. A ti, que hiciste que subiera la guardia hasta el punto de que ahora desconfío más de la gente de lo que jamás hubiera pensado ni querido. A ti, que me hiciste plantearme de nuevo, pero con más intensidad, cómo cuando se le tiende la mano a un perro sarnoso puede llegar a mordértela.

A ti, hijo de la grandísima puta, a ti. Te deseo que te devuelvan el daño que provoques diez por cien veces; y que, al final de tus días en este mundo, caigas en el poco sentido que ha tenido tu nauseabunda existencia, esa que se limitó a poner comida en un plato y buscar la manera más fácil de causar, cuando no dolor, lástima a los demás.