domingo, 6 de julio de 2014

WANDERLUST: La vuelta al mundo




Después de estos años sobreponiéndote al dilema de estar fuera de casa pero con las ocasiones suficientes que hacen que revientes por medio estar allí; de que lleguen a ti pedazos de las realidades de los que son tu gente pero no puedas disfrutar de ellos al completo. Tras no saber en qué día de la semana vives jamás ni si tienes que desayunar, comer o cenar. Si dormir o levantarte a comerte el momento. Si ponerte el bikini o el plumas. Después de asustarte por no saber en qué cama de qué país te has levantado, o de librar algún martes o miércoles sin esas personas para tomarte unas cañas y, sobre todo, de aguantar lo que como usuarios jamás admitiréis que aguantamos, ha llegado la hora de disfrutar de la merecida y verdadera oportunidad que conlleva vivir sobre las nubes y así crecer. Lo que sea para persistir en ese empeño por dejar de ser Niñata Pequeña, de quien ya os he hablado alguna vez.

Cambiar el modo “bolsa de vuelo, labios rojos, tacones, voz melódica, medias, moño de bailarina y pañuelo al cuello” por la carita lavada, mochila, vaqueritos rotos, aire en los pulmones y rizos al viento sería utópico si no fuera porque no es para eso para lo que he venido a esta fiesta, y no pienso quedarme en lo que únicamente conforma volver a mis primeros instintos, a llegar a desprenderme de mordazas del mundo profesional, elegante y adulto que pueden oprimirme a la hora de reflejar quien soy. En cueros estoy, quillo. Aún no supone ningún cambio con respecto a lo que una vez fui, y aquí hemos venido a aprender.

Cuando me planteé dar mi primera vuelta al mundo me movió esa curiosidad multicultural con la que siempre conviven los intérpretes; conociendo sin juzgar, valorando sin criticar, confiando pero con cuidado, introduciéndome y dando lo que llevo dentro sin alterar lo que me rodea y convirtiéndome en esa testigo silenciosa pero expectante de cualquier elemento que sea distinto a lo que siempre he conocido como mi hogar.

Uno de los aspectos físicos más impactantes para mí, que denota que esto no va a ser como nada que haya vivido antes es lo que llevo conmigo. Esa bendita mochila siempre se llenaba de lo básico más miles de materiales de actividades para quince días; textos, juegos, botiquines, cuadernos de evaluación, ordenador, altavoces y muchas ideas para los demás. El hecho de que ahora sea un trozo de tela que va mucho más vacía, con lo mínimo para ir ligera y así atravesar más fácilmente el planeta, hace que me dé cuenta del desafío que conlleva enfrentarme a esto sola. Será una sensación nueva hacer algo de este tamaño sin nadie en quien apoyarte cuando dudes, sin el montón de abrazos de mis niños que suponía para mí cualquier viaje que comenzara en julio, sin vuelta atrás posible con unos billetes de avión a las antípodas, con miedo ante lo desconocido aunque con unas ganas inigualables. Ya estoy viendo a mi Pepito Grillo desbordado y hasta los topes, y todo porque nunca supe diferenciar entre esto que deseo con locura, eso que dicen que debo hacer y aquello que realmente me conviene. Espero tomar en cada cruce de caminos la decisión correcta, y enriquecerme mucho en un mundo que, cuando tienes alas, se te presenta en la palma de la mano, con experiencias únicas pero quizá con alguna incursión en la boca del lobo.

Ya está bien de llorar por despedidas; digo yo que siempre será mejor reencontrarse dentro de algún tiempo con alguien que se dispuso a crecer y a disfrutar en cada recodo del viaje que nunca decir adiós a alguien que jamás se atrevió, y que se estancó en la rutina de un día a día.

“Buenos días, buenas tardes, buenas noches” para unos, “buenos vuelos” para otros, y mucha suerte para todos.






sábado, 8 de marzo de 2014

Delirium tremens de pura vida



(Puerto Viejo, Costa Rica. 2014)

Es bueno de vez en cuando tener delirios. Vienen con su poquito de locura, de enajenación, pero no importa. En ciertas fases, nos hacen perder el tino, quizás porque el tino suele ser tedioso.
Los delirios nos sacan del mundo cotidiano, nos arrojan en brazos de la desmemoria, y así, sin la menor prevención, disfrutamos del olvido.
Por una vez (¡y qué excepción!), saltamos por encima de la valla llamada horizonte y nos abrazamos con otros delirantes que nos inventan nombres y destinos.
Los delirantes pasamos al lado de la muerte y le hacemos un guiño. Nos movemos como si fuéramos eternos, sin tomar precauciones, más o menos sonámbulos, festejando los rayos y los truenos, y mirando a través de la lluvia.

Los delirios son premios, vida entre paréntesis, pero cuando el paréntesis se cierra y regresamos a lo cotidiano, a lo cabal, a lo de siempre, sentimos entre pecho y espalda una aguda nostalgia del delirio. (Vivir adrede, Mario Benedetti)


Poco antes de emprender el viaje, un viejo amigo muy especial (de esos que la memoria deja intactamente congelados con un semblante de bondad y que, ocurra lo que ocurra, están perennes para una), aventuró muy acertadamente que Costa Rica sería un sitio que ayudaría en mi tímido pero incesante empeño de crecer. Sabía antes que servidora las sensaciones que se gestarían muy dentro; no sé si por conocerme a mí o del bálsamo para las heridas que supone colgarse una mochila a la espalda y ponerse delante de lo desconocido, mirando de tú a tú al horizonte y saltando el océano.
Una de las claves para diferenciar al viajero de los turistas es que éste es un mero observador silencioso de lo nuevo a descubrir. No intenta alterar el hábitat natural ni social que ahora le inunda, sino que se empapa cuanto puede de las costumbres y la forma de vida que se va encontrando a lo largo del camino y a lo ancho del planeta. Los "ciudadanos de un lugar llamado mundo" hacen así un ejercicio de introspección muy curioso que puede dar como fruto el reconocimiento de que lo nuestro no es ni lo único ni lo más válido. Cualquier andamio de conocimiento que hemos albergado puede desvanecerse dejando paso al renacimiento del fénix de lo incierto, de lo nunca visto.

De esta manera, salimos por fin de nuestra calentita zona de confort y entramos en el “pura vida, mae” de los costarricenses, los ticos. Traduciendo: “Estás en el paraíso, europea, y no importa lo que hayas conocido hasta ahora; saboréalo y deléitate sin ningún tipo de prerrogativa ni condición”. Mamá Naturaleza sale a darte un beso en la frente no solo con cocoteros y bananos, olas turquesa del Caribe ni cabañas con mosquiteras a lo memorias de África. Te bendice con tiempo y clima para pensar y encontrarte, para recrearte en nimiedades que las ciudades de cemento no te dejan ver.
Es en ésas cuando me sorprendo mirando a mis compañeros de viaje. Sin duda, son las personas quienes ayudan a hacer especiales estas experiencias… Y la encuentro allí. La reconozco como un ejemplar a tener en cuenta.

Ella añora a los suyos. Ahorra lo que puede durante un tiempo. Deja su casa y su trabajo. Vende su moto y muchas de sus demás pertenencias físicas. Se calza una de las mochilas mejor hechas que he visto y sale a perseguir sus sueños. De repente, me recuerda que aún quedan valientes que hacen sacrificios abandonando un seguro “lo de siempre” en pos a un “quién sabe qué me puedo encontrar” (en andaluz, un divertido “pa’ habernos matao”). Todo por ser fiel a sí misma.

Y ahí está ella. Es esa otra delirante que esperaba tan rabiosamente. Con su bolsa cosida y forrada por banderas de decenas de países, con su mágica sonrisa que todo lo puede, ahí, imperturbable. Con su mirada de curiosidad e ilusión por lo que va a descubrir y, sobre todo, con su positivismo proactivo (lo indispensable en un compañero de viaje) y su ingeniosa capacidad de resolución de lo que fuere. Ella te ofrece en bandeja de plata el razonamiento de que el mundo es un libro repleto de increíbles aventuras, y no salir a conocerlo implica vivir habiéndose quedado  en la primera página.
Aquí solía yo decir Hakuna Matata, pero después de ti, no me queda otra que evolucionar a un "Pura vida siempre, hermana".
Ella ríe, canta, vive, ama, llora, sueña y sigue. Y aún así lo tiene todo para sonreír. Para ser feliz.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Calla. Calla. Calla.


Jamás dejaría que me abrieran cualquiera de mis cuadernos. Ellos muchas veces guardan como un profundo secreto realidades que no llegaron a ser, en esos momentos. Es, cuando pasa el tiempo, que me doy cuenta de lo importante que es no tirarlo todo. Habrán caído las fotografías y los regalos en la basura, pero siempre viene bien recordar por qué sinfín de pensamientos estuve pasando en cada momento. Los mejores momentos, y los más débiles, tras algunos de esos días de tormenta infinita que se me antojaba que nunca acabaría. Este pequeño retal de una vida de un tiempo pasado ya cuenta con sus meses…

xx/xx/ 2013

Cuando sepas de mí, tú disimula. No les cuentes que me conociste, ni que estuvimos juntos, no les expliques lo que yo fui para ti, ni lo que habríamos sido de no ser por los dos. Primero, porque jamás te creerían. Pensarán que exageras, que se te fue la mano con la medicación, que nada ni nadie pudo haber sido tan verdad ni tan cierto. Te tomarán por loca, se reirán de tu pena y te empujarán a seguir, que es la forma que tienen los demás de hacernos olvidar.
Cuando sepas de mí, tú calla y sonríe; jamás preguntes qué tal. Si me fue mal, ya se ocuparán de que te llegue. Y con todo lujo de detalles. Ya verás. Poco a poco, irán naufragando restos de mi historia contra la orilla de tu nueva vida, pedazos de recuerdos varados en la única playa del mundo sobre la que ya nunca más saldrá el sol. Y si me fue bien, tampoco tardarás mucho en enterarte, no te preocupes. Intentarán ensombrecer tu alegría echando mis supuestos éxitos como alcohol para tus heridas, y no dudarán en arrojártelo a quemarropa. Pero de nuevo te vendrá todo como a destiempo, inconexo y mal.
Qué sabrán ellos de tu alegría… Yo, que la he tenido entre las manos y que la abracé como a la niña pequeña más preciosa, quizás. Pero ellos… no. Ni puta idea. 
A lo que iba.
Ellos no pueden imaginar lo que sentirás cuando sepas de mí. Nadie puede ni debe, hazme caso. Sentirás el dolor de esa ecuación que creímos resuelta, por ser incapaces de despejarla hasta el final. Sentirás el incordio de esa pregunta que jamás supo cerrar su signo de interrogación. Sentirás un “qué habría pasado si”. Y sobre todo, sentirás que algo entre nosotros siguió creciendo incluso cuando nos separamos. Un algo tan grande como el vacío que dejamos al volver a ser dos. Un algo tan pequeño como el espacio que un sí le acaba siempre cediendo a un no.
Pero tú aguanta. Resiste. Hazte el favor. Háznoslo a los dos. Que no se te note. Que nadie descubra esos ojos tuyos así, subrayados con agua y sal.
Eso sí, cuando sepas de mí, intenta no dar portazo a mis recuerdos. Piensa que llevarán días, meses o puede que incluso años vagando y mendigando por ahí, abrazándose a cualquier excusa para poder pronunciarse, a la espera de que alguien los acogiese, los escuchara y les diese calor. Son aquellos recuerdos que fabricamos juntos, con las mismas manos con las que construimos un futuro que jamás fue. Son esas anécdotas estúpidas que sólo nos hacen gracia a ti y a mí, escritos en un idioma que ya nadie practica, otra lengua muerta más que calló después de unos años de existencia. Dales cobijo. Préstales algo, cualquier cosa, aunque sólo sea un poquito de tu atención.
Porque si algún día sabes de mí, eso significará muchas cosas. La primera, que por mucho que lo intenté, no me pude ir tan lejos de ti como yo quería. La segunda, que por mucho que lo deseaste, tú tampoco pudiste quedarte tan cerca de donde alguna vez fuimos felices, aunque fuera un minuto, un día, una semana... Sí, felices. La tercera, que tu mundo y el mío siguen con pronóstico estable dentro de la gravedad. Y la cuarta, por hacer la lista finita, que cualquier resta es en realidad una suma disfrazada de cero, una vuelta a cualquier sitio menos al lugar del que se partió.
Nada de esto debería turbar ni alterar tu existencia el día que sepas de mí. Nada de esto debería dejarte arrastrada ni vencida. Piensa que tú y yo pudimos con todo. Piensa que todo se pudo y todo se tuvo, hasta el final.
A partir de ahora, tú tranquila, que yo estaré muy bien. Aparte de lo que me pase, me conformaré con que algún día sepas de mí. Encontraré reconfortante que alguien vuelva a a morderte de alegría, con el hambre que siempre me pediste. Me vale con saber que podrás decirle todos los "te quiero" que te reservaste y guardaste por el miedo al rechazo de un silencio, mío. Me basta con saber que algún día mi nombre volverá a rozar tus oídos y a entornar tus labios.
Por eso, cuando sepas de mí, no seas tonta y disimula.

Haz ver que me olvidas… y me acabarás olvidando.

jueves, 3 de octubre de 2013

'UMI DA'IBAT




Muchas serán las veces que la vida te obligue a disfrazarte, a camuflarte entre otros, a abandonar tu instinto animal, e incluso que permita que un trozo de tela te amordace y que tengas una capa gruesa de maquillaje hasta en el corazón, tapando todas las irregularidades de su sangre a borbotones, de la naturaleza genuinamente imperfecta de ese motor que te hace una persona única. Serán las veces que sientas que no eres ni la sombra de quien algún día fuiste, y que hubo sueños que se perdieron por el camino.

Es entonces cuando tienes que recordártelo, si no quieres que tu yo más subversivo se lance de cabeza a una mesa camilla con brasero y castañas, entre tanto “pragmatismo” impuesto por los de siempre.
Los buenos navegantes de antaño sabrían bien qué se podía encontrar en la punta de la aguja que señalaba el norte magnético del planeta en la brújula, después de siglos de costumización de una T referente al viento de Tramontana o viento del norte.

La flor de lis, monarquías rancias aparte, siempre fue el emblema de aquellos que marcaban bien su norte personal, la dirección de sus valores y su forma de ver, disfrutar y recibir la vida cada día. Para mí, tiene además el matiz del recuerdo; esos pequeños fragmentos de una línea que, cuando disfruté, significaron felicidad; y que cuando dolieron, supusieron una experiencia de aprendizaje. Y no estamos aquí más que para aprender.


 Mis principios van a la espalda a fuego, so pena de que pesen cuando no me convengan, como esa mochila que se ha ido, que se va, y que se irá llenando en los lugares más recónditos del planeta, con personas de culturas distintas, de lenguas diferentes, pero que enriquecerán un poco más mi paso por este pequeño mundo nuestro.



miércoles, 6 de marzo de 2013

Paredes...



Frankfurt, 29.01

Grandes personas, de ésas que les dan más vueltas al coco que para pensar qué va a conjunto con qué, han llegado a admitir que estas cíclicas temporadas de crisis deben verse como verdaderas oportunidades únicas, como diamantes en bruto, y que nos sirven para aprender.
Oportunidades que nos ayudarán a retarnos a nosotros mismos, a dar lo mejor que tenemos entre las viscerillas en pos a un objetivo marcado, a un sueño o a cualquier proyecto que tengamos entre manos.
He de admitir que veo las situaciones precarias como momentos de destape.
Es muy fácil que los amigos sean amigos viendo el último éxito de Spielberg con la merienda por delante. Juega a darles una ruta con falta de agua, escasez de alimento, la frustración de haberse perdido, cansancio o demás características propias de cualquier medio hostil.
Quítale a esa gachí de la primera cita el maquillaje, los tacones y el wonderbra, y ponle el único e indiscutible pijama de “vuelta a casa después de doce horas harta de currar”.
Dales a unos amigos de universidad un trabajo en distintos países o un volumen de tareas considerable y diles que se vean el domingo.
Dale a un empresario una baja en las ventas, y que el encargado ronde por el lugar del delito en el momento exacto.
No le des de comer al perro en un mes, a ver si te muerde la mano o sigue moviendo la colita por verte.
Dale a una pareja distancia.
Sólo debes unir algún factor limitante, asfixiante o algo jodidillo a una relación humana cualquiera… Destape. Ahí lo tienes. Es en las situaciones complicadas donde verás quién es quién, quién quiere/ se preocupa por qué, y cuál es su implicación con la causa. Ahí ves al valiente, al trepa, al idealista, al positivo, al que grita “se hunde el barco”, al inseguro, al loco… Ante un terremoto están los que van a ayudar a reconstruir la ciudad y salvar el mayor número de vidas posible; y los que se encargan de arramblar con todo lo que queda y formarse un buen botín. Siempre fue así; lástima que la vida sea injusta y recompense al que menos lo merece, pero asumirlo es un gran paso para sentirnos orgullosos de nuestros actos. 

Quizás es en los momentos difíciles cuando te das cuenta de lo que significa la palabra "hogar", o de dónde necesitas estar para sentirte protegido y completo.

Puede ser que ya mi hogar no tenga paredes, esos muros de contención para lluvia, calor, frío y problemas. Puede que ya no se emplace en la antigua carretera de Sevilla-Huelva únicamente, y no tenga sofás de color naranja y cama púrpura y turquesa.
Puede ser que casa no sea el sitio donde sentirnos reconfortados, sino las personas que se encargan de ello. Encontrarnos enfermos o tristes y que alguien venga con una película, un edredón y un abrazo. Estar felices por algo y pensar en el receptor de la primera llamada para contarle la alegría del momento.
Cuando los kilómetros los mides por miles día a día, la velocidad comienza en el nivel “acojonante” del velocímetro, y cuando desayunas en las Islas Canarias o sobrevolando la costa africana, almuerzas por Frankfurt y cenas en Madrid entiendes que “casa” y “paredes” sólo pueden referirse a aquellos que son tus cimientos, tus puntos de apoyo, con los que quieres mirar a través de ventanas altas y tocar todos los techos de tu vida. 
Es en momentos de problemas cuando entiendes por fin que un refugio no es un "que", sino un "quien".

lunes, 13 de agosto de 2012

A ti, ladrón






A ti, cochina rata embustera. A ti, parásito de la sociedad y de tu entorno. A ti, camorrista cobarde achantado a victimista cuando siente la presión policial. A ti, aprovechado de la situación y aventajado de una justicia que creerá que eres inocente hasta que yo tenga que demostrar que me has jodido. A ti, bestia floja que no dobla el lomo, enmascarado y mecido por una crisis actual. A ti, joven conformista que vive en la inmundicia a falta de una motivación mejor que hacer el cafre con los colegas y emplear el tiempo en el salón de su casa con el triplete play-porros-birra. 

A ti, ser que no ve en sus semejantes nada más que un objetivo para sacar tajada. A ti, sanguijuela a la que nunca enseñaron la empatía con uno de los suyos. A ti, mequetrefe de medio pelo que nunca conoció el valor de la confianza, el respeto por la palabra de alguien, o el vínculo inmortal de un choque de manos. A ti, que confundiste la honradez, el sacrificio y la austeridad de alguien con una riqueza que juzgaste superflua. A ti, que te creíste Robin Hood y decidiste que eras el pobre que más merecía. 

A ti, que nunca dormirás seguro porque siempre habrá alguien a quien engañaste señalándote con el dedo, ¡y apuntando en la dirección correcta! A ti, que te jactas de no haber tenido cojones ni para acabarte un libro nunca. A ti, negado de la vida que no conocerá la plenitud y la recompensa por el trabajo bien hecho. A ti, que jamás sabrás qué es sentirse satisfecho por vivir de acuerdo con los valores que tú mismo elijas, y con las metas que sólo tú te marques. A ti, que le diste más importancia a lo material que a tu conciencia.

A ti, ratero, que lo único para lo que me has servido es como llamada de atención para identificar a la gente de tu calaña que se cruce nuevamente en mi vida. A ti, que hiciste que subiera la guardia hasta el punto de que ahora desconfío más de la gente de lo que jamás hubiera pensado ni querido. A ti, que me hiciste plantearme de nuevo, pero con más intensidad, cómo cuando se le tiende la mano a un perro sarnoso puede llegar a mordértela.

A ti, hijo de la grandísima puta, a ti. Te deseo que te devuelvan el daño que provoques diez por cien veces; y que, al final de tus días en este mundo, caigas en el poco sentido que ha tenido tu nauseabunda existencia, esa que se limitó a poner comida en un plato y buscar la manera más fácil de causar, cuando no dolor, lástima a los demás.

viernes, 27 de julio de 2012

Mi carta a Sus Majestades de Oriente o "panem et circenses"






Señor Presidente del Gobierno:
Soy consciente de que no malgasto oportunidad alguna de ponerle a caldo, encargándose usted de darme motivos y argumentos suficientes para ello. Sé que quizá no he sido objetiva porque no alcanzo a ver cuán difícil puede ser levantar un país al completo, en el caso de que se esté levantando. Llego a entender que vuesa merced no tiene culpa de haber sido elegido por tantos y que, seguramente, pondría toda su ilusión en hacer lo mejor por todos ellos.

Y, por ello, debo decirle que he recapacitado. Sí, “mireustez”, aquí donde me ve.
Debemos apretarnos el cinturón, sí. 
Pues claro que veo que hay que apretarse el cinturón, pero no al cuello hasta quedar asfixiados, tampoco le deseo eso. Hago énfasis en que no se lo deseo a usted, porque parece que junto con sus secuaces, es el que queda. Si en ello estamos, mejor que lo hagamos todos ya que, como bien sabrá, solo se enseña siendo un modelo a seguir en aquello que se quiere transmitir. No vale un “cuando seas presidente comerás huevos”, porque casi ninguno de los presentes lo será después de usted.

¿Verdad que desde el Palacio de La Moncloa no se ve tan mal que aquellos hipotecados que perdieron su trabajo estén en la calle (o, los más suertudos, en casa de los abuelos con el rabito entre las piernas) mientras hay viviendas desocupadas, pertenecientes a bancos juguetones declarados insolventes y que han recibido abonos de las arcas públicas bajo su atenta supervisión?

¿Verdad que recortarse un 15% el sueldo (casi como mi hermano mileurista, con estudios universitarios, padre de dos niños pequeños, y que está ya en el último agujero del susodicho cinturón) no le supone tanto a cada español? Usted lo hace, gracias por el detalle, y solo cuenta ahora con la miseria de 78.105,04€ anuales, según Ley de Presupuestos Generales del Estado para este año, y con lo que percibe por ser el secretario general del PP más con, tachán, mantener su plaza como registrador de la propiedad. Bastante parejo con el tiento de 100.000€ mínimos que le dan al pastel sus compañeros en el Gobierno.

Mi condición de solemne rubia al menos me da como para advertir que ser el presi entraña una dificultad extrema, sobre todo, dada la situación que tenía a sus espaldas.

Lo que no me cabe en la cabeza es por qué yo tengo un período de prueba de dos meses con el actual contrato que acabo de firmar, por el que la empresa se asegura el derecho de mandarme de un puntapié a mi puñetera casa si no soy capaz de desempeñar las funciones para las que me admitieron, y usted no.
Tampoco hay sitio en mi cogote para ese razonamiento por el que usted y sus secuaces viajan en una flota de coches de alta gama y yo tengo el abono mensual del Metro de Madrid, al que se le sube el precio día sí y día también.

Me falta espacio intracraneal además para saber por qué sube el IRPF y el IVA mientras los presidentes de los clubes de fútbol se jactan de deber cientos de millones al país y que Hacienda (que somos todos pero, al parecer, unos más que otros) no les aprieta las tuercas porque es el entretenimiento del pueblo, desde el niño más pequeño hasta usted, señor presidente.

No entiendo el porqué de esas primas (que no se quedan en casa, por cierto) para los jugadores de este mismo deporte, las cuales no van a poder gastar en vida, mientras se acaba con la paga de Navidad de un funcionario que ya de hacendado sólo concebía la marca blanca. No me explico ese número de asesores amiguitos por las altas esferas mientras los ayuntamientos no tienen liquidez para pagar a profesionales. Cuénteme, Don Mariano, por qué se va a Polonia y no se persona en el Congreso. Dígame por qué no se lo costea usted mismo, al menos, mientras que las PYMES sigan congelando algunas mensualidades de sus trabajadores, mientras que el hospital de mi hermano no le abone los cateterismos que realiza a los pacientes. Mientras que mi abuela pague su tratamiento médico y si a mi hermana pequeña no le suben los créditos de la universidad un “ypicomil” por ciento el próximo curso.

La verdad es que he recapacitado, como le decía. Ahora le seguiría sin votar, pero en vez de mirarle con asco le miraría expectante, porque estoy segura de que todo se resume en que yo no entiendo de política y en que soy una carajota de bandera. Usted tiene la clave para ayudarnos a todos, no me cabe duda, porque no podría explicarme su actitud de otra manera. Yo, si voy conduciendo un coche, tampoco me molesto lo más mínimo en escuchar al copiloto si sé la ruta perfectamente.

Sólo tengo una humilde petición (petición porque, aunque lo considere un derecho innegable, no quiero olvidar las formas). 
Por favor, en vez de ofrecerme los peces que usted crea convenientes para mí, déme las redes para pescar. En vez de abrirme el grifo estropeado con el caudal de agua que usted estime conveniente, suminístreme las herramientas necesarias para arreglarlo. Sin ser desagradecida, me da grimita que me dé la mano, y no deseo que me guíe por dónde no hay barrancos mientras sigue la venda en mis ojos; quiero un mapa.


También quiero que me explique cómo es capaz de hacer caso omiso ante todo lo que le chilla un pueblo. Transmítame por qué debo quedarme en este país suyo que no me ofrece un futuro sólido, aparte de que sea mi casa y albergue a mis seres queridos. Sólo eso. Aunque quizás sí que me he colado en deseos con esta carta a los Reyes Magos y usted no vaya a explicarme absolutamente nada. No porque no quiera, sino porque simplemente usted no sea capaz.