miércoles, 22 de diciembre de 2010

La teoría de los colores...


Cada día me queda más claro que nuestro cerebro tiende a clasificarlo todo: el tiempo en horas, minutos, meses o décadas; ciencias en matemáticas, física o química; distintos idiomas; comidas dulces y saladas; bebidas alcohólicas y sin alcohol… y, a veces en lo bueno y lo malo. Mejor dicho, lo que nos gusta y lo que no nos convence.
No todos respondemos a los mismos esquemas a la hora de distribuir la información y meterla en las pequeñas estanterías de nuestro cogote: unos parámetros responden a la lógica, otros a lo que nos han enseñado o son costumbres, y los de más allá a aquello que nuestros sentidos quieren ver y reconocen.
Nosotros tenemos hielo y nieve, todo es blanco, mientras que los esquimales hablan de varios tipos de blanco aplicados al medio que mejor conocen. Conforme esto pasa por el norte, en árabe y dialectos beréberes, tenemos 7 u 8 formas de llamar a la arena haciendo referencia, a veces, a sus distintas tonalidades de amarillo.
Para nosotros, en este país y en esta cultura, el color que refleja la tristeza, la pérdida e, incluso, la muerte, es el negro: pensad en los mensajes de bancarrota, en el luto, en el manto del de la hoz… y mientras, en África, lloraremos la pérdida de un ser querido vestidos de blanco impoluto.

Es curioso lo que los colores nos cuentan de un hecho en concreto, de una fotografía que se queda perenne en nuestras retinas, y que nos hace alegrarnos, pensar, entristecernos, ofuscarnos, sonreír...

Tengo una pequeña manía (¡uf, de tantas y tan tontas!), una afición, un hábito… como lo quieras llamar, me da igual. Y es que clasifico a las personas a primera vista, en la primera conversación o con nuestra primera vivencia, juntos. Hasta ahí, bien, sin indicios de que necesites visita con el loquero, rubia. Todos preguntamos el horóscopo de alguien y lo etiquetamos automáticamente con las dos o tres características más o menos complacientes y genéricas que nos han dado. Se nos puede echar en cara que prejuzgar es erróneo y que siempre nos pueden sorprender, pero mi instinto (¿qué haría yo sin ti?) no falla.
Atento, que ahora viene la gracia: lo que se me ocurre no es un adjetivo, sino un color. Sí, me supones un color, y menos mal que, a base de experiencias con otras personas, he aprendido a clasificar a la gente según el primer color que me traen. No me valgo de fechas de nacimiento, ni de países o etnias, eso no lo elige nadie, sino de la magia o no del primer momento. Mantengo, y no soy persona de religión, de misticismo, santeros o vudú, que a todos nos rodean un halo de luz, unas sombras y, sobre todo, un color. Hay gente que solo piensa “¡qué mirada!” y otros hablan de magnetismo, viveza, misterio…

Los niños son blancos, y los mayores que son rosa (inocentes), pocas, por desgracia.
Para mí las personas especiales son púrpura. Solo conozco a una. Es lo más de lo más, la guinda del pastel. Son personas mágicas, realmente y, a veces, dudo que ella sea humana. Empáticas, con un porte sin igual, desinteresadas, sabias, guardianes de secretos…
Casi tan bueno como el púrpura está el azul. Son también extremadamente buenas, elegantes, justas. Todos tenemos fallos, claro, pero las buenas intenciones y un gran fondo son su seña. Ojalá hubiera más de estas personas, que no se dejan impresionar por la superficie, algo que ahora se valora demasiado, ni que tampoco se sienten coartados por lo que piensen de ellos. No rinden cuentas porque saben que lo están haciendo bien.
Si bajamos la tonalidad de esta gama a los celestes nos encontramos gente con buen fondo, despistada y muy humana, para lo bueno y lo malo. No les preocupa la corteza, y les gusta que las cosas queden muy definidas.
Me encantan las personas rojas. En general, todas las personas con tonos muy fuertes y definidos me parecen de confianza, las veo llegar antes. Estas son temperamentales, los peores prontos que he visto, pero me gusta que la gente peleen por lo que sienten, se enfaden porque las hayan hecho sufrir, y luego les den a cada uno lo que se merece. Son grandes, fuertes, estresantes, cojoneras, perdidas por las formas, pero con un sentido de la verdad muy por encima de todo.
Los marrones son personas arraigadas a la tierra, realistas al máximo, sinceras, naturales. A veces he tratado con muy poca vista a “marrones” por pensar que no les hacen gracia mimos, abrazos, besos y las tonterías que a mí me encantan, sino que prefieren una vida sin florituras, sin adornos, y verdaderamente desnuda. No siempre es así, recordemos de qué colores nace el marrón…
Los naranja son divertidos, graciosos, sonrientes, y tampoco tienen un fondo muy malo. Son los perfectos relaciones públicas, amigos de corrillo de todos, para lo bueno, aunque no sé si ponen la mano en el fuego por nadie.
Hay dos tipos de amarillo. El amarillo puro, o incluso si tira a naranja, que es típico de las personas guapas, por fuera. Para mi gusto, no son lo más buenos, aunque sí los más respetados porque, para qué engañarnos, en este siglo queremos que todos tengan una buena imagen de nosotros, y creemos que esto llevará a los demás a pensar que es el reflejo de nuestro interior. Hoy en día proliferan los naranjas y amarillos.
Pero, cuidado, que se vuelve amarillento, o incluso verde claro o grisáceo. Todas estas personas, de menos a más, son las personas muy inseguras, envidiosas, celosas, mentirosas, vacías, malas o tristes. No soy capaz de verlas claramente, porque siempre me gusta pensar que en cada uno hay algo especial, pero me desmontan esa teoría. Tengo mucho cuidado de guardarme de ellos, porque hacen su voluntad basándose en sembrar la negatividad, en la hipocresía, y los comentarios por la retaguardia.

Con muchas salvedades, así veo a unos y a otros. Me reafirmo en que esto no responde a un sistema lógico, a nada predeterminado, es mi manera instintiva de clasificar a unos y a otros, pero así ocurre, llegas con tu sonrisa, con tu mirada, con tu expresión, y con tu color =)

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Alguien...


Alguien que cuando me ponga borracha me lleve a casa en brazos, que me rompa las medias con la boca, y luego me compre otras. Alguien que me haga el amor contra la pared y se meta conmigo luego en la bañera, que se pierda conmigo para después rescatarme de laberintos. Alguien que saque la espada y me defienda de víboras, pirañas y putas.

Alguien que cosa disfraces a mis días malos, y los convierta en buenos. Alguien que no se enfade si no me entiende, que me saque la lengua cuando me ponga tonta y me haga enmudecer. Que finja enfadarse conmigo, me deje sola, y que me espere al volver la esquina con una sonrisa.

Alguien que no dé por hecho que siempre voy a estar ahí, pero que tampoco lo dude. Que no me haga sufrir porque sí, pero que tampoco me venda amor eterno manoseado.

Alguien que no pueda caminar conmigo por la calle sin cogerme de la mano, que no me compre regalos pero que tenga mil detalles de papel, que no le guste verme llorar y me haga reir hasta cuando no tenga ganas.

Alguien con quien jugar, como cachorros.

Alguien que de vez en cuando decida perseguirme en los bares y conocerme otra vez. Que me mire, le mire, y me tiemblen las piernas sin remedio.

Alguien que esté loco por mí, y no se le olvide decírmelo los días de resaca. Que si se pone animal, sea solo en la cama, y que me mate a besos por la mañana. Que no se acostumbre a mí, ni deje de inventar nombres nuevos para despertarme.

Alguien que, por mucho que le parezca que he pedido antes, sepa que lo que él consigue es igual o mejor.

Pero, sobre todo, alguien que no tenga que perderme para darse cuenta de que me había encontrado...