lunes, 16 de diciembre de 2013

Calla. Calla. Calla.


Jamás dejaría que me abrieran cualquiera de mis cuadernos. Ellos muchas veces guardan como un profundo secreto realidades que no llegaron a ser, en esos momentos. Es, cuando pasa el tiempo, que me doy cuenta de lo importante que es no tirarlo todo. Habrán caído las fotografías y los regalos en la basura, pero siempre viene bien recordar por qué sinfín de pensamientos estuve pasando en cada momento. Los mejores momentos, y los más débiles, tras algunos de esos días de tormenta infinita que se me antojaba que nunca acabaría. Este pequeño retal de una vida de un tiempo pasado ya cuenta con sus meses…

xx/xx/ 2013

Cuando sepas de mí, tú disimula. No les cuentes que me conociste, ni que estuvimos juntos, no les expliques lo que yo fui para ti, ni lo que habríamos sido de no ser por los dos. Primero, porque jamás te creerían. Pensarán que exageras, que se te fue la mano con la medicación, que nada ni nadie pudo haber sido tan verdad ni tan cierto. Te tomarán por loca, se reirán de tu pena y te empujarán a seguir, que es la forma que tienen los demás de hacernos olvidar.
Cuando sepas de mí, tú calla y sonríe; jamás preguntes qué tal. Si me fue mal, ya se ocuparán de que te llegue. Y con todo lujo de detalles. Ya verás. Poco a poco, irán naufragando restos de mi historia contra la orilla de tu nueva vida, pedazos de recuerdos varados en la única playa del mundo sobre la que ya nunca más saldrá el sol. Y si me fue bien, tampoco tardarás mucho en enterarte, no te preocupes. Intentarán ensombrecer tu alegría echando mis supuestos éxitos como alcohol para tus heridas, y no dudarán en arrojártelo a quemarropa. Pero de nuevo te vendrá todo como a destiempo, inconexo y mal.
Qué sabrán ellos de tu alegría… Yo, que la he tenido entre las manos y que la abracé como a la niña pequeña más preciosa, quizás. Pero ellos… no. Ni puta idea. 
A lo que iba.
Ellos no pueden imaginar lo que sentirás cuando sepas de mí. Nadie puede ni debe, hazme caso. Sentirás el dolor de esa ecuación que creímos resuelta, por ser incapaces de despejarla hasta el final. Sentirás el incordio de esa pregunta que jamás supo cerrar su signo de interrogación. Sentirás un “qué habría pasado si”. Y sobre todo, sentirás que algo entre nosotros siguió creciendo incluso cuando nos separamos. Un algo tan grande como el vacío que dejamos al volver a ser dos. Un algo tan pequeño como el espacio que un sí le acaba siempre cediendo a un no.
Pero tú aguanta. Resiste. Hazte el favor. Háznoslo a los dos. Que no se te note. Que nadie descubra esos ojos tuyos así, subrayados con agua y sal.
Eso sí, cuando sepas de mí, intenta no dar portazo a mis recuerdos. Piensa que llevarán días, meses o puede que incluso años vagando y mendigando por ahí, abrazándose a cualquier excusa para poder pronunciarse, a la espera de que alguien los acogiese, los escuchara y les diese calor. Son aquellos recuerdos que fabricamos juntos, con las mismas manos con las que construimos un futuro que jamás fue. Son esas anécdotas estúpidas que sólo nos hacen gracia a ti y a mí, escritos en un idioma que ya nadie practica, otra lengua muerta más que calló después de unos años de existencia. Dales cobijo. Préstales algo, cualquier cosa, aunque sólo sea un poquito de tu atención.
Porque si algún día sabes de mí, eso significará muchas cosas. La primera, que por mucho que lo intenté, no me pude ir tan lejos de ti como yo quería. La segunda, que por mucho que lo deseaste, tú tampoco pudiste quedarte tan cerca de donde alguna vez fuimos felices, aunque fuera un minuto, un día, una semana... Sí, felices. La tercera, que tu mundo y el mío siguen con pronóstico estable dentro de la gravedad. Y la cuarta, por hacer la lista finita, que cualquier resta es en realidad una suma disfrazada de cero, una vuelta a cualquier sitio menos al lugar del que se partió.
Nada de esto debería turbar ni alterar tu existencia el día que sepas de mí. Nada de esto debería dejarte arrastrada ni vencida. Piensa que tú y yo pudimos con todo. Piensa que todo se pudo y todo se tuvo, hasta el final.
A partir de ahora, tú tranquila, que yo estaré muy bien. Aparte de lo que me pase, me conformaré con que algún día sepas de mí. Encontraré reconfortante que alguien vuelva a a morderte de alegría, con el hambre que siempre me pediste. Me vale con saber que podrás decirle todos los "te quiero" que te reservaste y guardaste por el miedo al rechazo de un silencio, mío. Me basta con saber que algún día mi nombre volverá a rozar tus oídos y a entornar tus labios.
Por eso, cuando sepas de mí, no seas tonta y disimula.

Haz ver que me olvidas… y me acabarás olvidando.

jueves, 3 de octubre de 2013

'UMI DA'IBAT




Muchas serán las veces que la vida te obligue a disfrazarte, a camuflarte entre otros, a abandonar tu instinto animal, e incluso que permita que un trozo de tela te amordace y que tengas una capa gruesa de maquillaje hasta en el corazón, tapando todas las irregularidades de su sangre a borbotones, de la naturaleza genuinamente imperfecta de ese motor que te hace una persona única. Serán las veces que sientas que no eres ni la sombra de quien algún día fuiste, y que hubo sueños que se perdieron por el camino.

Es entonces cuando tienes que recordártelo, si no quieres que tu yo más subversivo se lance de cabeza a una mesa camilla con brasero y castañas, entre tanto “pragmatismo” impuesto por los de siempre.
Los buenos navegantes de antaño sabrían bien qué se podía encontrar en la punta de la aguja que señalaba el norte magnético del planeta en la brújula, después de siglos de costumización de una T referente al viento de Tramontana o viento del norte.

La flor de lis, monarquías rancias aparte, siempre fue el emblema de aquellos que marcaban bien su norte personal, la dirección de sus valores y su forma de ver, disfrutar y recibir la vida cada día. Para mí, tiene además el matiz del recuerdo; esos pequeños fragmentos de una línea que, cuando disfruté, significaron felicidad; y que cuando dolieron, supusieron una experiencia de aprendizaje. Y no estamos aquí más que para aprender.


 Mis principios van a la espalda a fuego, so pena de que pesen cuando no me convengan, como esa mochila que se ha ido, que se va, y que se irá llenando en los lugares más recónditos del planeta, con personas de culturas distintas, de lenguas diferentes, pero que enriquecerán un poco más mi paso por este pequeño mundo nuestro.



miércoles, 6 de marzo de 2013

Paredes...



Frankfurt, 29.01

Grandes personas, de ésas que les dan más vueltas al coco que para pensar qué va a conjunto con qué, han llegado a admitir que estas cíclicas temporadas de crisis deben verse como verdaderas oportunidades únicas, como diamantes en bruto, y que nos sirven para aprender.
Oportunidades que nos ayudarán a retarnos a nosotros mismos, a dar lo mejor que tenemos entre las viscerillas en pos a un objetivo marcado, a un sueño o a cualquier proyecto que tengamos entre manos.
He de admitir que veo las situaciones precarias como momentos de destape.
Es muy fácil que los amigos sean amigos viendo el último éxito de Spielberg con la merienda por delante. Juega a darles una ruta con falta de agua, escasez de alimento, la frustración de haberse perdido, cansancio o demás características propias de cualquier medio hostil.
Quítale a esa gachí de la primera cita el maquillaje, los tacones y el wonderbra, y ponle el único e indiscutible pijama de “vuelta a casa después de doce horas harta de currar”.
Dales a unos amigos de universidad un trabajo en distintos países o un volumen de tareas considerable y diles que se vean el domingo.
Dale a un empresario una baja en las ventas, y que el encargado ronde por el lugar del delito en el momento exacto.
No le des de comer al perro en un mes, a ver si te muerde la mano o sigue moviendo la colita por verte.
Dale a una pareja distancia.
Sólo debes unir algún factor limitante, asfixiante o algo jodidillo a una relación humana cualquiera… Destape. Ahí lo tienes. Es en las situaciones complicadas donde verás quién es quién, quién quiere/ se preocupa por qué, y cuál es su implicación con la causa. Ahí ves al valiente, al trepa, al idealista, al positivo, al que grita “se hunde el barco”, al inseguro, al loco… Ante un terremoto están los que van a ayudar a reconstruir la ciudad y salvar el mayor número de vidas posible; y los que se encargan de arramblar con todo lo que queda y formarse un buen botín. Siempre fue así; lástima que la vida sea injusta y recompense al que menos lo merece, pero asumirlo es un gran paso para sentirnos orgullosos de nuestros actos. 

Quizás es en los momentos difíciles cuando te das cuenta de lo que significa la palabra "hogar", o de dónde necesitas estar para sentirte protegido y completo.

Puede ser que ya mi hogar no tenga paredes, esos muros de contención para lluvia, calor, frío y problemas. Puede que ya no se emplace en la antigua carretera de Sevilla-Huelva únicamente, y no tenga sofás de color naranja y cama púrpura y turquesa.
Puede ser que casa no sea el sitio donde sentirnos reconfortados, sino las personas que se encargan de ello. Encontrarnos enfermos o tristes y que alguien venga con una película, un edredón y un abrazo. Estar felices por algo y pensar en el receptor de la primera llamada para contarle la alegría del momento.
Cuando los kilómetros los mides por miles día a día, la velocidad comienza en el nivel “acojonante” del velocímetro, y cuando desayunas en las Islas Canarias o sobrevolando la costa africana, almuerzas por Frankfurt y cenas en Madrid entiendes que “casa” y “paredes” sólo pueden referirse a aquellos que son tus cimientos, tus puntos de apoyo, con los que quieres mirar a través de ventanas altas y tocar todos los techos de tu vida. 
Es en momentos de problemas cuando entiendes por fin que un refugio no es un "que", sino un "quien".