Frankfurt, 29.01
Grandes
personas, de ésas que les dan más vueltas al coco que para pensar qué va a
conjunto con qué, han llegado a admitir que estas cíclicas temporadas de crisis
deben verse como verdaderas oportunidades únicas, como diamantes en bruto, y que nos sirven para aprender.
Oportunidades
que nos ayudarán a retarnos a nosotros mismos, a dar lo mejor que tenemos entre
las viscerillas en pos a un objetivo marcado, a un sueño o a cualquier proyecto
que tengamos entre manos.
He de admitir
que veo las situaciones precarias como momentos de destape.
Es muy fácil que
los amigos sean amigos viendo el último éxito de Spielberg con la merienda por
delante. Juega a darles una ruta con falta de agua, escasez de alimento, la
frustración de haberse perdido, cansancio o demás características propias de
cualquier medio hostil.
Quítale a esa
gachí de la primera cita el maquillaje, los tacones y el wonderbra, y ponle el
único e indiscutible pijama de “vuelta a casa después de doce horas harta de
currar”.
Dales a unos
amigos de universidad un trabajo en distintos países o un volumen de tareas
considerable y diles que se vean el domingo.
Dale a un
empresario una baja en las ventas, y que el encargado ronde por el lugar del
delito en el momento exacto.
No le des de
comer al perro en un mes, a ver si te muerde la mano o sigue moviendo la colita
por verte.
Dale a una
pareja distancia.
Sólo debes unir
algún factor limitante, asfixiante o algo jodidillo a una relación humana
cualquiera… Destape. Ahí lo tienes. Es en las situaciones complicadas donde verás
quién es quién, quién quiere/ se preocupa por qué, y cuál es su implicación con
la causa. Ahí ves al valiente, al trepa, al idealista, al positivo, al que
grita “se hunde el barco”, al inseguro, al loco… Ante un terremoto están los
que van a ayudar a reconstruir la ciudad y salvar el mayor número de vidas
posible; y los que se encargan de arramblar con todo lo que queda y formarse un
buen botín. Siempre fue así; lástima que la vida sea injusta y recompense al
que menos lo merece, pero asumirlo es un gran paso para sentirnos orgullosos de
nuestros actos.
Quizás es en los
momentos difíciles cuando te das cuenta de lo que significa la palabra "hogar", o
de dónde necesitas estar para sentirte protegido y completo.
Puede ser que ya
mi hogar no tenga paredes, esos muros de contención para lluvia, calor, frío y
problemas. Puede que ya no se emplace en la antigua carretera de Sevilla-Huelva únicamente, y no tenga sofás de color
naranja y cama púrpura y turquesa.
Puede ser que casa no sea el sitio donde sentirnos reconfortados, sino las personas que
se encargan de ello. Encontrarnos enfermos o tristes y que alguien venga con
una película, un edredón y un abrazo. Estar felices por algo y pensar en el
receptor de la primera llamada para contarle la alegría del momento.
Cuando los
kilómetros los mides por miles día a día, la velocidad comienza en el nivel “acojonante”
del velocímetro, y cuando desayunas en las Islas Canarias o sobrevolando la
costa africana, almuerzas por Frankfurt y cenas en Madrid entiendes que “casa”
y “paredes” sólo pueden referirse a aquellos que son tus cimientos, tus puntos de
apoyo, con los que quieres mirar a través de ventanas altas y tocar todos los
techos de tu vida.
Es en momentos de problemas cuando entiendes por fin que un refugio no es un "que", sino un "quien".