lunes, 28 de marzo de 2011

Blindness...



(Oeschinensee, Suiza. 2010)

Existen algunos tipos de ceguera de los que la ONCE no tiene ni idea. En el peor de ellos, el paciente no ve, simplemente, porque no quiere…

Verdad había corrido aquella mañana hasta el lago de Valle Azul para darse un baño. El agua fría le dejaba la piel sedosa y limpia, el prado verde le daba una fragancia especial, y el aire puro le llenaba los pulmones, enormes en relación a su cuerpo, con los que llevaba a cabo su labor diaria: gritar y gritar y gritar.

Entre zambullidas, chapoteos, volteretas y algunos largos discurrió aquel baño. Solo subía a la superficie para respirar, porque se sentía tan en paz como nunca estuvo dentro del líquido cristalino. Se miraba los pequeños pies, las manos claras, las largas piernas y el pelo, que ondeaba lentamente y sin pausa en el lago.

Había alrededor altos juncos y una espesa bruma que no dejaba ver bien desde fuera, lo que agradaba mucho a Verdad, tan tímida como inocente. Estaba tan absorta en sí misma y tan en calma que habría sido un crimen molestarla.

No obstante, de repente, por una parte de la orilla empezó a escucharse el crepitar de ramas y juncos. Eso le fue suficiente a la pudorosa Verdad asustada, que enmudeció, salió rápidamente del agua y se hizo con todo lo que encontró, lo que otros antes se habían dejado allí olvidado. Quizá nunca hubo nadie tras la espesura, pero a ella poco le importó.

Tropezándose casi, se puso el vestido rojo de Pasión y, pareciéndole corto, se plantó la camiseta con lentejuelas de Interés Propio. Se recogió el pelo con dos lazos, a cuenta de Capricho y Antojo. Las duras botas de Compasión le hicieron rozaduras en los pies, porque las medias negras de Daño se le hicieron jirones dentro. Las pulseras que taparon sus finas muñecas fueron de Hastío y los collares que apretaban y la asfixiaban no pudieron ser más que de Seguridad. En el maquillaje brillante que le transformó su dulce cara en un semblante opaco rezaba la pegatina “Propiedad de Éxito”.

Por último, y para terminar el disfraz de Verdad, solo quedó la capa amarilla y verde de Mentira. No se vio nunca esperpento similar recorrer las calles del pueblo, pero en Valle Azul, si no eran ciegos antes, se cegaron tras los destellos de las coberturas grotescas que se puso aquella frágil niña, esa que no quería que quien no lo mereciera disfrutara de ella.

Nadie pudo contemplar aquellos ojos que se hicieron para mirar de frente y sondear con rabia, ni aquellos brazos hechos para abrazar con firmeza, ni aquella barbilla que en alto se quedaba justo debajo de unos jugosos labios que se hicieron solo para gritar su nombre a quien quisiera escucharla.

Pobrecita, Verdad, pocos fueron los que te pudieron tener desnuda, y menos aún fueron los que te supieron admirar.