viernes, 22 de junio de 2012

La fábula de la tortuga y la liebre...






Aquella vieja caravana blanca, casi más parecida a una nevera gigante sin enchufe que a otra cosa, no nos iba a dar más veranos inolvidables. Ya la amortizamos bastante con aquellos años recorriéndonos las montañas al norte del país, y las playas al sur del país vecino. Se quedó aparcada en el Algarve portugués hasta que, al fin, decidimos venderla. Fuimos a realizar el trueque, tal día como hoy hace diez años. Paramos en ese pueblecito fronterizo a desayunar y comprar el periódico en español, como acostumbrábamos a hacer siempre que visitábamos aquello. No sé ya a qué vinieron, pero aquellas palabras se me quedaron grabadas.


Por eso, hoy me engancho a esa vieja bicicleta tuya, quinceañera perdida en medio de la edad del pavo, que no responde a los cambios y no tiene amortiguación alguna. Solo quería sentirte un poco más cerca y demostrarte que sí, que sé que lo que empiezo lo tengo que acabar, tal y como me dijiste aquél día. Aunque sean 300 kilómetros y más de diez horas.


Poco me importan ya las piernas hechas bloques de hormigón armado, la fatiga y las náuseas, la desmotivación de algunos tramos donde decía “¿tú estás segura?”, ese viento en contra que no me para más de lo que me encabrita para apretar, o las quemaduras de segundo grado en toda la espalda, brazos y piernas. Lo hecho, hecho está y, sea más o sea menos, es fruto de un proceso muy lento, en el que mi motivación juega toda la partida. Step by step, day by day.

Muchas gracias por enseñarme a montar en aquella BH rosa, la primera que tuve, con sus adornos a conjunto y sus cuatro ruedas (y luego solo sus dos, “de niña mayor”). Muchas gracias por enseñarme a nadar en casa de los tíos Paco y Elo, con aquella burbuja roja horrorosa. Muchas gracias por estar ahí y merecerte ser mi primera palabra. Muchas gracias por darme la mano y ayudarme mientras intentaba dar mis primeros pasos.

Parece otra de mis memeces pero, dime, ¿de qué va todo esto, si no se trata de poner siempre un pie delante del otro? 




miércoles, 13 de junio de 2012

Lo siento






Y no tiene que ver esto con eslóganes futbolísticos en épocas de centenarios, ni con la famosa canción de Madonna (cuya discografía quemaba sin reparo alguno, por cierto).

No puedo escribir los versos más tristes esta noche; y si pudiera, publicaría una irreverente blasfemia al maestro Neruda. Sin embargo, puedo escribir las palabras que se me antojan más difíciles en mi lengua, y en cualquier otra, en esta noche toledana. Tengo algo que contarte, una historia para no dormir. He aquí el cuento de Niñata Pequeña.

Se creía grande. Se pensaba intocable. Arrasaba con lo que fuera si no le gustaba. Decía que para radical, ella y nadie más; que no le valían las medias tintas y que a mentir, "pa' tu puta casa". O cero o cien, y en unos segundos. Era más soberbia que frágil, más rompible y rota que orgullosa. Si hubiese  sido Atila, el caballo Othar le habría parecido un poni. Tenía lo que quería, y no quería lo que tenía. Lo que fuera, era para ya o era para nunca.

Niñata Pequeña no entendía otros puntos de vista si no se los daban totalmente justificados. Niñata Pequeña se creía una hipócrita si no atravesaba a quien odiara con la mirada, si no lo daba todo por los suyos y por nadie más y, sobre todo, si no actuaba en ese momento como le dictaban sus ganas. Ella creía en el fin, y le importaban muy poco las formas. Menos que muy poco. Sabía lamerse bien sus heridas, y no la dejaban sin dormir las hemorragias ajenas.

Un día, a Niñata Pequeña le dio por pensar y quiso crecer. Esta vez, supo que no era aquel conocido capricho de algo que se consigue en un día o se abandona.

Muchas veces no sabe cómo hacerlo, qué puerta abrir, cuándo ir y hacia dónde dirigirse, con lo que ahora se deja llevar por el segundo instinto y no por el primero. De vez en cuando parece que acierta, y es entonces cuando sucede que la vida va ayudando, poco a poco, a que deje de ser Niñata Pequeña. Lleva algún tiempo parándose a ver cómo están los demás que comparten su camino. Se pregunta  por qué las personas actúan como personas, y ya no odia, de buenas a primeras, sino que hace por comprender las circunstancias de cada uno.

Quería ser una vieja loba. Aprendió a autoexigirse un poco más día a día, a progresar de cara a un hoy y a un mañana. Ya no está quieta ni un segundo. Va sin taparse, valorando cada uno de sus lunares, sus pequitas, sus cicatrices y sus cardenales, de todo lo que la hace el más feo de los desórdenes. Sabe que mientras muchos se sientan a esperar algo que creen suyo por derecho, ella lo obtendrá con mucho esfuerzo. Y, si bien se cae durante ese trayecto, no desfallece.

Pero parece imposible mirar al futuro ignorando el pasado.

Llegados a este punto, a la fe de erratas temida por cualquier diario, siento la necesidad de cambiar mi relato a primera persona. No es justo, sino arrogante, cargarle a otra niñata lo que alguna vez esta menda hiciera.

Todavía hoy estoy segura de que cualquier decisión que tomaba estaba exenta de malas/dobles intenciones y que primaba mi código de honestidad; que de no haber sido de esa manera me habría mentido a mí misma y a los demás; y que me equivoqué en las formas no mil, sino dos mil y una veces.

Con veinticuatro primaveras, estoy segura de que me queda todavía mucho que correr por tierra, aire y mar, pero si algo he aprendido es que es necesario emprender el viaje con una mochila bien hecha, desde el fondo.

Por eso, tras mucho tiempo bloqueando recuerdos, tras muchas noches diciéndome que no merecía la pena y que era mejor dejarlo estar, quiero que las palabras que siempre se me atragantan y se pierden a medio camino entre mi garganta y quien me escucha, salgan. Siento verdaderas ganas de pedir perdón a quien hice daño, a quien ignoré, a quien no le di el sitio que mereció, a aquellas personas de quien no me preocupé lo suficiente, y a quien pisé sin querer.