Aquella
vieja caravana blanca, casi más parecida a una nevera gigante sin enchufe que a
otra cosa, no nos iba a dar más veranos inolvidables. Ya la amortizamos
bastante con aquellos años recorriéndonos las montañas al norte del país, y las
playas al sur del país vecino. Se quedó aparcada en el Algarve portugués hasta
que, al fin, decidimos venderla. Fuimos a realizar el trueque, tal día como hoy
hace diez años. Paramos en ese pueblecito fronterizo a desayunar y comprar el periódico
en español, como acostumbrábamos a hacer siempre que visitábamos aquello. No sé
ya a qué vinieron, pero aquellas palabras se me quedaron grabadas.
Por eso, hoy me engancho a esa vieja bicicleta tuya, quinceañera perdida en medio de la
edad del pavo, que no responde a los cambios y no tiene amortiguación alguna. Solo
quería sentirte un poco más cerca y demostrarte que sí, que sé que lo que
empiezo lo tengo que acabar, tal y como me dijiste aquél día. Aunque sean 300 kilómetros y más de diez horas.
Poco me
importan ya las piernas hechas bloques de hormigón armado, la fatiga y las
náuseas, la desmotivación de algunos tramos donde decía “¿tú estás segura?”, ese
viento en contra que no me para más de lo que me encabrita para apretar, o las
quemaduras de segundo grado en toda la espalda, brazos y piernas. Lo hecho,
hecho está y, sea más o sea menos, es fruto de un proceso muy lento, en el que
mi motivación juega toda la partida. Step by step, day by day.
Muchas
gracias por enseñarme a montar en aquella BH rosa, la primera que tuve, con sus
adornos a conjunto y sus cuatro ruedas (y luego solo sus dos, “de niña mayor”).
Muchas gracias por enseñarme a nadar en casa de los tíos Paco y Elo, con aquella
burbuja roja horrorosa. Muchas gracias por estar ahí y merecerte ser mi primera
palabra. Muchas gracias por darme la mano y ayudarme mientras intentaba dar mis
primeros pasos.
Parece
otra de mis memeces pero, dime, ¿de qué va todo esto, si no se trata de poner siempre
un pie delante del otro?