miércoles, 13 de abril de 2011

Tú, tú y tú




Hubo una vez un lugar del planeta al que el geógrafo, historiador, diplomático y escritor estadounidense del siglo XVIII Washington Irving llamó la Tierra del Embrujo.

Contaba que tanto sus abruptos acantilados, como sus playas de arena fina y blanca lo enamoraron perdidamente, y así lo hicieron sus estrellas, sus cálidas noches de verano (e incluso, comprobamos, noches de primavera), sus níveas cumbres, y sus fértiles vegas de ríos que comenzaban en hilos de agua y que acababan en marismas de las que bebían criaturas preciosas.

Verdaderamente lo embrujaron mujeres de ojos verde claro y pelo azabache, de voluptuosas curvas, y de labios carmesí. Describía cómo le sorprendió sin igual la fuerza con la que trabajaban aquí los hombres, de sol a sol, y la calidez humana con la que lo trataron todos desde el principio.

Montó los singulares ejemplares de equinos, probó sus dulces vinos, las variedades de su pan, los animales que aquí criaban, y la gran variedad de verdura y fruta que el legado árabe y su sistema de regadío les enseñaron a cultivar desde los tiempos de al-Andalus.

Recorrió las rutas que lo llevaron a través de ciudades que eran ya por aquel entonces, y aun hoy, de incalculable valor cultural e intelectual, fruto de los antiguos pueblos que aquí habitaron.

La magia del clima, el paisaje, y el espíritu de sus gentes hacían posible lo que en el resto del mundo era impensable: musulmanes, cristianos y judíos compartiendo una ciudad, casa, familia, y mesa. Unió Sevilla hablando de las relaciones hispanoarábigas con Granada, donde escribió los Cuentos de la Alhambra. Fue de Málaga La Bella a Cádiz, y vislumbró África.

No dudó en ningún momento de por qué razones esta fue, desde tiempos de los fenicios, la tierra que se disputaban las grandes civilizaciones del Mediterráneo.
Y no sólo él.

Ya el cordobés Séneca dijo que “Estar en ocio prolongado no es reposo, sino pereza”, pero incontables son las veces que he oído los tópicos sobre andaluces: holgazanes, vividores y analfabetos. Me faltan manos y multiplicaciones para contar “gandules” jornaleros que trabajan a 40ºC en verano en Andalucía, nada dignos de ser caricaturizados, e incluso ridiculizados y tachados de ignorantes, en medios centralistas con acentos ficticios, nada documentados y forzados.
Si subo de Despeñaperros observo una pequeña sonrisa en la comisura de cualquiera al escucharme, esbozando un “qué mal habláis”. Seguido de loísmos, laísmos y otras mil formas de torpedear nuestra gramática.
Con toda la acritud del mundo, así revienten que no parpadearé, españolitos medios pseudoilustrados. Dos de los siete Premios Nobel de Literatura españoles hablaban "tan mal" como lo podría hacer yo.
Discúlpenme, quizá no me ha quedado claro el concepto de “analfabeto” con iletrados (entiendo andaluces) tales como Vicente Aleixandre, Juan Ramón Jiménez, María Zambrano, Luis de Góngora, Rafael Alberti, Gustavo Adolfo Bécquer, Federico García Lorca o los hermanos Machado.

Sin pecar de chauvinista, y aun a riesgo de parecer mentirosa a aquellos que me ven más en avión que en coche… llega a costarme salir durante mucho tiempo, como a muchos otros viajeros, y estar sin mi dosis continua de alegría, sol, sal, azahar, arena, arte y sonrisas, sin mi poquito de Sur.

Puedo tener peniques y libras, francos suizos, dólares, pesos mexicanos… de recuerdo en la cartera, fotos en Maravillas del mundo al otro lado del Atlántico, recuerdos de nadar en barreras de arrecife, tickets de metro hasta mi casa en Londres, deseos infinitos de ir a otros continentes, la mochila rauda debajo de la cama, o el pasaporte siempre presto encima del escritorio, pero por mucho que mis alas batan, sé que tarde o temprano las raíces llaman.

Esto quizás solo viene a que quizá ya es primavera en el paraíso y mi sangre alterada queda, o a que en breve tengo que volver a salir de aquí…

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