lunes, 22 de noviembre de 2010

en mil palabras


Son hijos del miedo. Son huérfanos del cariño de una madre, de la formación de un padre. Son herederos del odio y del rencor entre países, entre etnias. Son hermanos pequeños de la pobreza, de la hambruna y de la extorsión. Son las víctimas más vulnerables de barbaridades infundidas por adultos que aprovechan su poder sobre ellos, lo débiles que son, y lo maleable de su comportamiento tras experiencias abominables. Solo les son afines el daño físico, el daño psicológico, el rechazo de unos y otros, la perversión, la esclavitud y la interrupción de una infancia, truncada por los que más pueden. No conocen sus derechos, solo la corrupción y la explotación. Nadie les ha dicho que sus deberes son estudiar, formarse, sonreír y jugar…
Mayamuna tiene 14 años, y es somalí. Su abuela le practicó la ablación hace 3 años, acompañada de otras de sus familiares. Estuvo durante un mes al borde de la muerte, dada la infección provocada por una salvaje mutilación de parte de sus genitales. Aquí solo prima que pueda conseguir un buen marido algún día, y que se rebajen las posibilidades de que ella quiera cometer adulterio. 70 millones de niñas y mujeres han sido sometidas en los últimos años a esta práctica, y en un 90% de los casos, la mutilación no se ha hecho con las medidas mínimas de higiene que la OMS recomienda para cualquier operación, salvajismo de la acción aparte.
Gardiah solo tiene 12 años, vive en Sierra Leona y a los 9, su comandante de las FUR le ordenó asesinar a un niño de un poblado cercano al lugar donde lo raptaron. Fue la primera de muchas atrocidades. Lo drogaban, sufría vejaciones continuas, torturas, no comía, y cargaba con armas casi tan grandes y pesadas como él… Sus ojos, y los de otros 15 millones de niños envueltos en conflictos armados en los últimos diez años, han visto barbaridades que la gran mayoría de adultos de otros puntos del planeta ni se imaginarían.
Poady es ruandesa, de etnia tutsi y, aunque ahora tiene 26 años, aun narra como en el genocidio de 1994 fue víctima de violaciones en serie por partes de sus vecinos hutus, y testigo de la masacre de toda su familia. Vivió entre cadáveres durante aquellos famosos cien días y, por si fuera poco, carga con los estigmas de una sociedad que le recuerda a diario el crimen de otros. Ahora el Tribunal Penal Internacional para Ruanda (UNICTR) la hace identificar a las personas que acabaron con sus parientes. Estos fueron también otros niños forzados a matar, y que, como ella, intentan recuperarse de las secuelas del más claro ejemplo de segregación, envidias y rencor de la historia del país.
Achara nació en Tailandia hace tan solo 11 años. Tiene clientes europeos a diario que se ven respaldados por el poco seguimiento que hacen las autoridades de estos niños nunca registrados y sufridores de los crímenes de pederastia a manos de cualquiera de estas bestias que tenga unos miles de euros para pagar un viaje al paraíso legal que el sudeste asiático les supone. Achara es seropositiva, y con las condiciones en las que se encuentra, no tiene acceso a un tratamiento antirretroviral que le de la oportunidad de llegar a crecer.
Vamos a Calcuta, donde Jyotsna, de 12 años y analfabeta como el 77% de las niñas de la región, perdió su primer bebé fruto de un matrimonio concertado, debido a su poca edad, la mala alimentación y la falta de atención médica. El único aprendizaje que ha experimentado es decir que sí a sus mayores, y acatar las órdenes y decisiones de los varones de su familia.
Un vietnamita que acaba de cumplir 10 años, Giang, trabaja en un taller textil durante interminables jornadas de 16 horas diarias, pero no por algún que otro dong, la moneda oficial del país, sino por el plato único que comerá ese día y que su familia no podría ofrecerle en otro caso. Es curioso que, mientras seis millones de niños mueren de hambre cada año, en Europa y Norteamérica, luchemos contra la obesidad infantil y el sedentarismo.
En la favela de Ciudad de Dios (Cidade de Deus), en Brasil, Thiago (8 años) se dedica al menudeo para una de las bandas que controla el mercado dentro de las chabolas. Tiroteos, drogas, robos, amenazas y difusión de enfermedades curables con el tratamiento indicado son el único pan de cada día de este niño.

La Convención sobre los Derechos del Niño celebra su 20 aniversario. La ratificaron 192 países para dar protección a 2500 millones de menores, más de un tercio de la población mundial. Hoy por hoy sigue siendo papel mojado, y cada día mueren 29.000 niños porque los adultos se niegan a respetar sus derechos.
El ser humano habita en comunidades. En todas creamos una jerarquía, y en todas los más débiles están debajo. Un buen líder debería tener la capacidad de no dejarse corromper y hacerles llegar todo lo necesario a los que son el futuro de cada pueblo, y la comunidad internacional debería hacer mucho más por dar caza (a las bestias se les da caza, no se las persigue) a quienes los privan de la infancia.
En el primer mundo ahora lidiamos con otros males, de acuerdo, pero dejar de lado la realidad de los más desfavorecidos es un atraso en todos los valores que desde hace unas décadas venimos fomentando. Es muy fácil apagar la televisión, dejar de leer los periódicos, y dedicarnos a mirar nuestros ombligos.
Ojalá mis niños cayeran en la suerte que tienen simplemente por haber nacido aquí.
Un niño, nazca donde nazca, tiene derecho a la identidad y a la nacionalidad, a la dignidad, a la alimentación y a un techo, a la protección y al socorro, a una familia, a cuidados médicos, a no ser explotados… pero la mayoría de ellos ni siquiera lo sabe.
Cobardes, cobardes y cobardes. Hipócritas, hipócritas e hipócritas. Animales unos, chupatintas otros, crueles todos.

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