A ti, cochina rata
embustera. A ti, parásito de la sociedad y de tu entorno. A ti, camorrista
cobarde achantado a victimista cuando siente la presión policial. A ti, aprovechado
de la situación y aventajado de una justicia que creerá que eres inocente hasta
que yo tenga que demostrar que me has jodido. A ti, bestia floja que no dobla
el lomo, enmascarado y mecido por una crisis actual. A ti, joven conformista
que vive en la inmundicia a falta de una motivación mejor que hacer el cafre
con los colegas y emplear el tiempo en el salón de su casa con el triplete
play-porros-birra.
A ti, ser que no ve en sus semejantes nada más que un objetivo
para sacar tajada. A ti, sanguijuela a la que nunca enseñaron la empatía con
uno de los suyos. A ti, mequetrefe de medio pelo que nunca conoció el valor de
la confianza, el respeto por la palabra de alguien, o el vínculo inmortal de un
choque de manos. A ti, que confundiste la honradez, el sacrificio y la
austeridad de alguien con una riqueza que juzgaste superflua. A ti, que te
creíste Robin Hood y decidiste que eras el pobre que más merecía.
A ti, que
nunca dormirás seguro porque siempre habrá alguien a quien engañaste señalándote
con el dedo, ¡y apuntando en la dirección correcta! A ti, que te jactas de no
haber tenido cojones ni para acabarte un libro nunca. A ti, negado de la vida que
no conocerá la plenitud y la recompensa por el trabajo bien hecho. A ti, que
jamás sabrás qué es sentirse satisfecho por vivir de acuerdo con los valores
que tú mismo elijas, y con las metas que sólo tú te marques. A ti, que le diste
más importancia a lo material que a tu conciencia.
A ti, ratero, que
lo único para lo que me has servido es como llamada de atención para
identificar a la gente de tu calaña que se cruce nuevamente en mi vida. A ti,
que hiciste que subiera la guardia hasta el punto de que ahora desconfío más de
la gente de lo que jamás hubiera pensado ni querido. A ti, que me hiciste
plantearme de nuevo, pero con más intensidad, cómo cuando se le tiende la mano
a un perro sarnoso puede llegar a mordértela.
A ti, hijo de
la grandísima puta, a ti. Te deseo que te devuelvan el daño que provoques diez por
cien veces; y que, al final de tus días en este mundo, caigas en el poco
sentido que ha tenido tu nauseabunda existencia, esa que se limitó a poner
comida en un plato y buscar la manera más fácil de causar, cuando no dolor,
lástima a los demás.
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