Señor Presidente del Gobierno:
Soy
consciente de que no malgasto oportunidad alguna de ponerle a caldo,
encargándose usted de darme motivos y argumentos suficientes para ello. Sé que quizá
no he sido objetiva porque no alcanzo a ver cuán difícil puede ser levantar un
país al completo, en el caso de que se esté levantando. Llego a entender que vuesa
merced no tiene culpa de haber sido elegido por tantos y que, seguramente,
pondría toda su ilusión en hacer lo mejor por todos ellos.
Y, por
ello, debo decirle que he recapacitado. Sí, “mireustez”, aquí donde me ve.
Debemos
apretarnos el cinturón, sí.
Pues claro que veo que hay que apretarse el cinturón, pero no al cuello hasta
quedar asfixiados, tampoco le deseo eso. Hago énfasis en que no se lo deseo a usted, porque parece que junto con sus secuaces, es el que queda. Si en ello estamos, mejor que lo hagamos todos ya que,
como bien sabrá, solo se enseña siendo un modelo a seguir en aquello que se
quiere transmitir. No vale un “cuando seas presidente comerás huevos”, porque
casi ninguno de los presentes lo será después de usted.
¿Verdad
que desde el Palacio de La Moncloa no se ve tan mal que aquellos hipotecados
que perdieron su trabajo estén en la calle (o, los más suertudos, en casa de
los abuelos con el rabito entre las piernas) mientras hay viviendas desocupadas,
pertenecientes a bancos juguetones declarados insolventes y que han recibido
abonos de las arcas públicas bajo su atenta supervisión?
¿Verdad
que recortarse un 15% el sueldo (casi como mi hermano mileurista, con estudios
universitarios, padre de dos niños pequeños, y que está ya en el último agujero
del susodicho cinturón) no le supone tanto a cada español? Usted lo hace, gracias
por el detalle, y solo cuenta ahora con la miseria de 78.105,04€ anuales, según Ley de Presupuestos Generales del Estado para este año, y con
lo que percibe por ser el secretario general del PP más con, tachán, mantener
su plaza como registrador de la propiedad. Bastante parejo con el tiento de 100.000€ mínimos que le dan al pastel sus compañeros en el Gobierno.
Mi
condición de solemne rubia al menos me da como para advertir que ser el presi
entraña una dificultad extrema, sobre todo, dada la situación que tenía a sus
espaldas.
Lo que
no me cabe en la cabeza es por qué yo tengo un período de prueba de dos meses
con el actual contrato que acabo de firmar, por el que la empresa se asegura el
derecho de mandarme de un puntapié a mi puñetera casa si no soy capaz de
desempeñar las funciones para las que me admitieron, y usted no.
Tampoco
hay sitio en mi cogote para ese razonamiento por el que usted y sus secuaces viajan
en una flota de coches de alta gama y yo tengo el abono mensual del Metro de
Madrid, al que se le sube el precio día sí y día también.
Me
falta espacio intracraneal además para saber por qué sube el IRPF y el IVA
mientras los presidentes de los clubes de fútbol se jactan de deber cientos de
millones al país y que Hacienda (que somos todos pero, al parecer, unos más que
otros) no les aprieta las tuercas porque es el entretenimiento del pueblo,
desde el niño más pequeño hasta usted, señor presidente.
No entiendo
el porqué de esas primas (que no se quedan en casa, por cierto) para los
jugadores de este mismo deporte, las cuales no van a poder gastar en vida,
mientras se acaba con la paga de Navidad de un funcionario que ya de hacendado
sólo concebía la marca blanca. No me explico ese número de asesores amiguitos
por las altas esferas mientras los ayuntamientos no tienen liquidez para pagar
a profesionales. Cuénteme, Don Mariano, por qué se va a Polonia y no se persona
en el Congreso. Dígame por qué no se lo costea usted mismo, al menos, mientras
que las PYMES sigan congelando algunas mensualidades de sus trabajadores,
mientras que el hospital de mi hermano no le abone los cateterismos que realiza
a los pacientes. Mientras que mi abuela pague su tratamiento médico y si a mi
hermana pequeña no le suben los créditos de la universidad un “ypicomil” por
ciento el próximo curso.
La
verdad es que he recapacitado, como le decía. Ahora le seguiría sin votar, pero en vez de
mirarle con asco le miraría expectante, porque estoy segura de que todo se
resume en que yo no entiendo de política y en que soy una carajota de bandera.
Usted tiene la clave para ayudarnos a todos, no me cabe duda, porque no podría
explicarme su actitud de otra manera. Yo, si voy conduciendo un coche, tampoco
me molesto lo más mínimo en escuchar al copiloto si sé la ruta perfectamente.
Sólo
tengo una humilde petición (petición porque, aunque lo considere un derecho
innegable, no quiero olvidar las formas).
Por favor, en vez de ofrecerme los
peces que usted crea convenientes para mí, déme las redes para pescar. En vez
de abrirme el grifo estropeado con el caudal de agua que usted estime
conveniente, suminístreme las herramientas necesarias para arreglarlo. Sin ser
desagradecida, me da grimita que me dé la mano, y no deseo que me guíe por dónde no hay barrancos mientras sigue
la venda en mis ojos; quiero un mapa.
También quiero que me explique cómo es capaz de hacer caso omiso ante todo lo que le
chilla un pueblo. Transmítame por qué debo quedarme en este país suyo que no me
ofrece un futuro sólido, aparte de que sea mi casa y albergue a mis seres
queridos. Sólo eso. Aunque quizás sí que me he colado en deseos con esta carta a los
Reyes Magos y usted no vaya a explicarme absolutamente nada. No porque no
quiera, sino porque simplemente usted no sea capaz.
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