Y no tiene que ver esto con eslóganes futbolísticos
en épocas de centenarios, ni con la famosa canción de Madonna (cuya discografía
quemaba sin reparo alguno, por cierto).
No puedo escribir los versos más tristes esta noche; y si pudiera, publicaría una irreverente blasfemia al maestro Neruda. Sin
embargo, puedo escribir las palabras que se me antojan
más difíciles en mi lengua, y en cualquier otra, en esta noche toledana. Tengo algo que contarte, una
historia para no dormir. He aquí el cuento de Niñata Pequeña.
Se creía grande. Se pensaba intocable. Arrasaba con
lo que fuera si no le gustaba. Decía que para radical, ella y nadie más; que no
le valían las medias tintas y que a mentir, "pa' tu puta casa". O cero o cien, y en unos segundos. Era más
soberbia que frágil, más rompible y rota que orgullosa. Si hubiese sido Atila, el caballo Othar le habría parecido
un poni. Tenía lo que quería, y no quería lo que tenía. Lo que fuera, era para ya o
era para nunca.
Niñata Pequeña no entendía otros puntos de vista si
no se los daban totalmente justificados. Niñata Pequeña se creía una hipócrita
si no atravesaba a quien odiara con la mirada, si no lo daba todo por los suyos
y por nadie más y, sobre todo, si no actuaba en ese momento como le dictaban
sus ganas. Ella creía en el fin, y le importaban muy poco las formas. Menos que
muy poco. Sabía lamerse bien sus heridas, y no la dejaban sin dormir las
hemorragias ajenas.
Un día, a Niñata Pequeña le dio por pensar y quiso crecer. Esta vez, supo que no era aquel
conocido capricho de algo que se consigue en un día o se abandona.
Muchas veces no sabe cómo hacerlo, qué puerta abrir,
cuándo ir y hacia dónde dirigirse, con lo que ahora se deja llevar por el
segundo instinto y no por el primero. De vez en cuando parece que acierta, y es
entonces cuando sucede que la vida va ayudando, poco a poco, a que deje de ser
Niñata Pequeña. Lleva algún tiempo parándose a ver cómo están los demás que comparten
su camino. Se pregunta por qué las
personas actúan como personas, y ya no odia, de buenas a primeras, sino que
hace por comprender las circunstancias de cada uno.
Quería ser una vieja loba. Aprendió a autoexigirse
un poco más día a día, a progresar de cara a un hoy y a un mañana. Ya no está quieta
ni un segundo. Va sin taparse, valorando cada uno de sus lunares, sus pequitas,
sus cicatrices y sus cardenales, de todo lo que la hace el más feo de los
desórdenes. Sabe que mientras muchos se sientan a esperar algo que creen suyo por
derecho, ella lo obtendrá con mucho esfuerzo. Y, si bien se cae durante ese trayecto,
no desfallece.
Pero parece imposible mirar al futuro ignorando el
pasado.
Llegados a este punto, a la fe de erratas temida por
cualquier diario, siento la necesidad de cambiar mi relato a primera persona. No es
justo, sino arrogante, cargarle a otra niñata lo que alguna vez esta menda
hiciera.
Todavía hoy estoy segura de que cualquier decisión
que tomaba estaba exenta de malas/dobles intenciones y que primaba mi código de
honestidad; que de no haber sido de esa manera me habría mentido a mí misma y a
los demás; y que me equivoqué en las formas no mil, sino dos mil y una veces.
Con veinticuatro primaveras, estoy segura de que me
queda todavía mucho que correr por tierra, aire y mar, pero si algo he aprendido es que es necesario
emprender el viaje con una mochila bien hecha, desde el fondo.
Por eso, tras mucho tiempo bloqueando recuerdos,
tras muchas noches diciéndome que no merecía la pena y que era mejor dejarlo
estar, quiero que las palabras que siempre se me atragantan y se pierden a medio camino entre mi garganta y quien me escucha, salgan. Siento verdaderas ganas de pedir perdón a quien hice daño, a quien
ignoré, a quien no le di el sitio que mereció, a aquellas personas de quien no
me preocupé lo suficiente, y a quien pisé sin querer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario